Laicidad Hoy

          Está incorporado a la esencia de nuestra República el principio de laicidad, que hace 100 años quedó estampado en la Constitución cuando se separaron Estado e Iglesia y se dispuso que el Estado “no sostiene” religión alguna.

          El proceso había sido largo, desde la secularización de los cementerios en 1861, luego de la negativa sacerdotal a enterrar un masón; el destierro del Vicario Jacinto Vera y la ley de Educación Común de 1877, piedra angular de la escuela “laica, gratuita y obligatoria”. Paso a paso, se fueron dando avances emancipadores, como fue la Ley de Registro de Estado Civil de 1879 y —ni hablar— la de Divorcio, de 1907, complementada más tarde con la de divorcio por sola voluntad de la mujer, verdadera revolución para su tiempo.

          La república laica, entonces, entendida como la configuración de un Estado neutral e imparcial ante el fenómeno religioso, fue el resultado de un proceso largo y apasionado. Ya en los años 30 del siglo pasado, sin embargo, se vivía un clima de mayor tolerancia, que fue progresivamente afianzándose. La presencia de inmigrantes de religión judía, cristiana protestante o aun católica oriental, contribuyó decisivamente a que la convivencia pasara a ser una bienvenida costumbre. Ha de reconocerse también que la Iglesia Católica, a partir de Juan Pablo II, asumió una actitud activa en el reconocimiento de su ancestro judío y la hermandad con los demás creyentes de los textos bíblicos.

          En los últimos tiempos se han dado algunos debates coyunturales, que no alteran sustantivamente el equilibrio de un Estado respetuoso ante la vida religiosa. Es más, quienes —como liberales— nos sentimos celosos custodios de la laicidad de nuestra República, hemos asentado de modo inequívoco que ese principio no supone hostilidad para las creencias y, mucho menos, para la práctica libre de todos los cultos.

          Las últimas décadas han mostrado otra dimensión de la neutralidad del Estado en el mundo del pensamiento y hace tanto a la filosofía como a la ideología política que de ella deriva. Nuestra Constitución, en efecto, es raigalmente liberal y la armónica interpretación de sus principios nos conduce a respetar en el ciudadano la “independencia de su conciencia, moral y cívica”, aun en el ámbito laboral privado. En la actividad de los funcionarios del Estado, la norma es también clara: “En los lugares y las horas de trabajo, queda prohibida toda actividad ajena a la función, reputándose ilícita la dirigida a fines de proselitismo de cualquier especie”. Principio éste que naturalmente llega a los ámbitos de la enseñanza pública, lo que es congruente con que el legislador ha establecido, como conmemoración oficial del Día de la Laicidad, los días 19 de marzo, fecha de nacimiento de José Pedro Varela, el reformador escolar .

          En este ámbito se han dado los mayores debates de laicidad, desde los años 60 del siglo pasado, cuando los ideales de la revolución cubana irrumpieron en América Latina e inspiraron, tanto su difusión como en acciones guerrilleras que por medio de la violencia intentaron derribar las instituciones democráticas, despreciadas como hijas de un pensamiento “burgués”. Por esta vía se introdujo en las aulas un severo cuestionamiento al orden institucional de nuestra República, que dio lugar a enfrentamientos, disposiciones administrativas y debates en ocasiones apasionados.

          Suele ser dificultoso hacer entender que en todos los ámbitos, y especialmente en la educación, el deber del Estado es afirmar la Constitución y defender sus principios, que supone asegurarles a todos los habitantes del país “el goce de su vida, honor, libertad, seguridad, trabajo y propiedad”. En la escuela y el liceo no hay “libertad de cátedra” y donde la hay —en el ámbito universitario— el análisis de las diversas doctrinas, distintas a la constitucional, supone un equilibrio que no se debe deslizarse nunca hacia un proselitismo en su favor.

          La vida es más imaginativa que el legislador. Por eso resulta difícil cristalizar en normas o disposiciones las aristas siempre esquivas de la acción pública. Ello no obsta, sin embargo, a que una lógica y equilibrada interpretación del principio preserve los ámbitos de la libertad de conciencia de los educandos y procure su formación en los ideales fundamentales del estado democrático: libertad de expresión del pensamiento, separación de poderes, principio de legalidad, elecciones estrictamente garantizadas, economía basada en la propiedad privada y la libertad de comercio, laicidad… Desgraciadamente, no luce esta idea como prioridad de nuestro sistema educativo cuando se sobrevalúa el espíritu crítico en desmedro de la fe en el sistema. Ella debiera rescatarse para cumplir el ideal vareliano de que “para fundar la Republica lo primero es forma republicanos”.

Julio María Sanguinetti

Laicidad

         La Laicidad y las causas de las violaciones continuas a que la misma estuvo y está sometida en el mundo, desborda el marco en que se desarrollaron dichas violaciones de las cuales, las más visibles, eran las que tenían enfrentadas a dos instituciones: La Iglesia Católica y la Masonería; este enfrentamiento en el Uruguay, opacó otras formas de violaciones a la laicidad.

         Se comete una acción contra la laicidad cuando asoma la intolerancia contra los pensamientos, posturas, ideologías, religiones, filosofías, culturas, formas de vida, opciones personales, que no me agradan, aunque no agredan al conjunto de la sociedad.

         Las religiones violaban la laicidad cuando, desbordando su propio marco, pretendían regir, muchas veces asociadas con los Estados, un papel rector único, fundamentalista, subordinando no sólo a las ciencias sino toda la vida social, las intimidades familiares, promoviendo censuras morales, y distorsionando la vida y el destino de los seres humanos en un abarcamiento totalizador o totalitario, sin faltar el atropello a otros credos religiosos.

         Creo que violan la laicidad las filosofías cuando, creando sistemas filosóficos como explicación del origen del devenir y del futuro que deberían tener las sociedades humanas, originan a su vez, en el afán de sustentarlas, regímenes despóticos, abundantes en los siglos XIX y XX, y aún, por desgracia, subsistentes en el actual siglo XXI.

         Violan la laicidad los partidos políticos, cuando hacen de sus concepciones ideológicas y políticas, verdaderas religiones que los lleva, cuando ejercen el poder, al fundamentalismo político, situaciones paradigmáticas abundan como las que el mundo tuvo que vivir en el siglo XX, con inicuas dictaduras que arrasaron los derechos, el futuro y las vidas de pueblos enteros, dictaduras que por desgracia, aún subsisten.

         El problema fundamental radica en que las ciencias muchas veces también se fanatizan y no se resignan a que los descubrimientos científicos son, como por ejemplo en las ciencias históricas en las que yo trabajo, una explicación provisoria e interpretativa de fenómenos, que serán modificadas por hombres de las generaciones futuras, lo que nos obliga a ser cautelosos y humildes.

         En fin, creo que no hemos comprendido que no existen verdades absolutas que puedan ser esgrimidas por los seres humanos; y que lo único que podemos considerar como tal es el movimiento, la energía, de la que no podemos medir más que sus efectos; y que estamos sumidos en esa dinámica del cambio.

         Esa comprensión es necesaria para limar nuestras vanidades, nuestros alardes, y ponernos en la situación de lo que somos: un punto en el universo.

         La crisis cultural y educacional que vive el mundo, no acierta en métodos educativos que preserven la laicidad; para mi -y no pretendo tener la única y verdadera solución- la enseñanza simbólica es la que más se adapta al método que promueve la verdadera laicidad, ya que los símbolos nos ayudan en la medida que éstos, enigmáticos de por sí, no dan una única y acabada respuesta a las preguntas que se le formulan, y las contrapuestas interpretaciones que los símbolos generan, muestran que lo que concebimos como la verdad, puede tener contrapartidas y verdades opuestas, aprendiendo de esta manera lo relativo de las interpretaciones, educando nuestro discernimiento, que es el arma principal contra el despotismo intelectual y los fanatismos fundamentalistas.

         En estos momentos de crisis donde la laicidad muchas veces queda maltrecha por cierta docencia que cree tener la verdad revelada, constatamos que nos falta reflexión de la situación que vive la enseñanza.

         El método que responde a la preservación de la laicidad, es la piedra angular para el abordaje de la educación; y para mí radica en que no debemos enseñar lo que deben creer o no los educandos; en cambio debemos estimular en ellos la búsqueda de la verdad, de su verdad, con sus propias fuerzas, vedándonos toda coerción espiritual o de conciencia, tratando de apagar nuestras vanidades, nuestros alardes eruditos, y velar por el desarrollo y la manifestación del educando.

         Pero siempre debemos tener presente, que no ayudamos a la laicidad si, no sólo desde el ejercicio de la docencia, sino además, de la vida de relación social, no aplicamos el mismo método presidido por la tolerancia a todas las ideas que no supongan masacres ni suicidios sociales, orquestados por el fanatismo. Como se ha dicho alguna vez que no recuerdo: los males triunfan siempre cuando el bien se vuelve indiferente.

Mario Dotta Ostria

El futuro de la laicidad

El concepto de laicidad nació en Francia, en el marco de fuertes enfrentamientos entre clericalistas y secularizadores. Ese conflicto no era igual al ocurrido en otros países, donde el choque principal se produjo entre diferentes religiones. Por ejemplo, el conflicto principal en Inglaterra se produjo entre la Iglesia Anglicana y diferentes denominaciones protestantes, como los cuáqueros. Y el conflicto principal en Alemania se produjo entre protestantes y católicos.

Por esta razón histórica entre otras, la “solución laica” no se ha aplicado en todas partes. Se trata de una de las maneras posibles de entender la separación entre las iglesias y el Estado, pero no la única. De hecho, la palabra “laicidad”, en el sentido en que nosotros la empleamos, no existe en inglés ni en alemán.

La mayor influencia del concepto de laicidad estuvo en la propia Francia y en algunos países con una fuerte impronta cultural francesa, como fue Uruguay durante mucho tiempo. También en nuestro país, el concepto adquirió importancia cultural y política en el marco de un conflicto entre clericalistas y secularizadores. Las grandes batallas ocurrieron más o menos al mismo tiempo que en Francia.

Como resultado de estos hechos históricos, la gravitación del concepto de laicidad pasó a ser un rasgo distintivo de la cultura y de la política uruguayas. Se trata de un rasgo que nos diferencia notablemente de nuestros vecinos. Y se trata de un rasgo que nos ha teñido a todos, incluyendo a aquellos que pueden tener una mirada crítica sobre el propio concepto de laicidad o sobre el modo en que ha sido aplicado. En mayor o menor medida, casi todos los uruguayos somos “laicos”. Hay prácticas institucionales que son frecuentes en otros países pero no tienen ningún lugar entre nosotros, ni nadie reclama que lo tengan.

Como todo concepto influyente, la idea de laicidad no es estática sino dinámica. Esto significa que la vamos reinterpretando a lo largo del tiempo, a medida que los conceptos históricos van cambiando. Ese es un proceso en el que nos vemos involucrados de manera permanente, independientemente de lo conscientes que seamos de ello. Pero las cosas andan mejor cuando lo hacemos de manera consciente.

Hay una razón muy obvia por la que ya no podemos entender el concepto de laicidad del mismo modo en que era entendido a fines del siglo XIX. Esa razón es que el conflicto que lo instaló ha dejado de existir. Hace mucho que el enfrentamiento entre secularizadores y clericalistas se ha extinguido entre nosotros. Ese conflicto desapareció porque hubo una rotunda victoria del bando secularizador. En el Uruguay de hoy, no hay voces públicas que defiendan ninguna forma de retorno al clericalismo. Y quienes puedan pensarlo en su interior, aunque se abstengan de decirlo, son poco más que una rareza estadística.

 

Pablo Da Silveira

Megafauna del Pleistoceno: el gigante Megaterio

Megafauna del Pleistoceno: el gigante Megaterio // Últimos enfoques ilustrados con alucinantes imágenes

Características

Del volumen de un hipopótamo o incluso del tamaño de un elefante, el Megaterio, variedad gigantesca de perezoso gigante, parado sobre sus patas traseras, para alcanzar las hojas de las copas de los árboles de las que se alimentaba, alcanzaba los seis metros de altura.

Estaba dotado de tal fuerza, que se cree que era capaz de arrancar de cuajo árboles pequeños.

A diferencia de los perezosos que hoy viven en América, llevaba una existencia terrícola y no arborícola. Aunque sus antepasados se desplazaban de árbol en árbol, a través de su desarrollo, su peso fue en aumento, viéndose obligados a vivir siempre en el suelo.

El Megaterio forma parte de los xenartros (término griego que significa extraña articulación) dado que sus vértebras estaban articuladas de un modo desusado en los mamíferos.

El primer esqueleto completo de este animal fue ubicado en 1789, en las pampas argentinas, que en ese entonces formaba parte del inmenso Virreinato del Río de la Plata, siendo trasladado a Madrid para ser estudiado en detalle por los naturalistas.

Habitante del Pleistoceno, este lento plantígrado se apoyaba en cuatro patas, armadas de poderosas garras. Se extendió por toda Sudamérica, e incluso llegó a poblar el sur de los actuales Estados Unidos. Su extinción dataría de tan sólo 10.000 años.

El gran monstruo

Este monstruoso animal fue bautizado como Megaterio, que significa «Gran bestia» en 1856, por el Dr. Richard Owen,el gran paleontólogo británico.

Hace 35 millones de años, existían ya perezosos muy grandes, los que tuvieron un extraordinario éxito a principios de la Era Cuaternaria.

Docenas de esqueletos completos han sido encontrados, desde el primer ejemplar que se conoció en 1789, el cual fue enviado a España por el Gobernador de Buenos Aires.

Los huesos mostraban que un animal tan grande como el elefante había vivido en América, pero que presentaba, por cierto, un aspecto muy diferente.

El Megaterio podía caminar en cuatro patas, con cierta lentitud, pero también era capaz de levantarse sobre las dos traseras, adquiriendo entonces un aspecto grandioso y aterrador.

Tenía este animal, una cadera amplia y la cola, ancha y corta, le ayudaba a formar un trípode junto con las patas traseras enfrentando así al «Tigre diente de sable» su gran oponente.

 

 

 

Las anchas mandíbulas, probablemente albergaban una larga lengua, como sucede con los perezosos modernos, que pudo utilizarse para sujetar hojas.

El Megaterio, se erguía también para alcanzar la parte alta de los árboles, y usaba las largas garras de las manos para juntar hojas.

Hace unos 11.000 años, el Megaterio se había extendido por toda Sudamérica y llegado a poblar el sur de los Estados Unidos.

Pero el grupo completo, se extinguió súbitamente, hace 10.000 años.

Algunos autores han sostenido que un cometa que impactó en América por aquella época, cuyos vestigios fueron encontrados, fue el causante de tal catastrófica y repentina extinción.

Estas imágenes nos pueden dar una idea aproximada de la magnificencia de las formidables criaturas que habitaban en otros tiempos, en América.

Esperando que este artículo haya sido del interés de todos, Brunetto les saluda con el afecto de siempre.

Recuperar el valor del conocimiento

Quien esto suscribe piensa que no todo tiempo pasado fue mejor pero es inobjetable que nuestra sociedad sufre un cambio que estaría tentado de llamar: dramático si afortunadamente no existieran en acción algunos esfuerzos por combatir este problema.

Me refiero específicamente al nivel educativo de nuestra población pero no como una mera suma de aspectos como: asistencia a los institutos, escolaridad, etc. sino y espero específicamente detenerme en aquello que los que tenemos más de cuarenta años contábamos como un enorme valor en las personas y que hoy parece carecer de importancia o lo que es peor menospreciado.

En este sentido creo que hemos perdido aquella sana admiración por las personas instruidas, educadas y/o formadas en diversos aspectos no solo de ciencias, artes, historia, matemática sino y especialmente en filosofía, sociedad y por sobre todo en unos valores humanos que los enaltecían y les transformaban en modelos de vida para la comunidad.

Me pregunto si no se estarán extinguiendo aquellos hombres y mujeres sabios o peor aún, se han ido sustituyendo por una cierta inteligencia vulgar y obsecuente con todo lo que los medios de comunicación exponen con el afán de conseguir consumidores cada vez menos críticos tanto de productos como de ideologías.

Una de las claves es la lectura y especialmente lo que está íntimamente asociado a la decodificación de signos y reglas y la interpretación de aquello que tenemos en frente para así comprender y mejorar nuestra interacción con nuestro entorno social.

No alcanza con saber leer sino que es condición sin igual saber qué estamos leyendo y comprender con una mirada lo más imparcial posible aquello que encierra una ideología, incluido hasta este artículo, desde luego. Pues entonces la creciente incapacidad para escribir correctamente encierra en sí mismo una alteración de la comprensión de los individuos que no solo van abreviando palabras tan simples como por ejemplo la palabra: “Que” por la letra: “Q” sino que comienzan a tolerar absurdos tales como el: “Todas y todos” porque alguien entendió en forma muy errada que el masculino y el femenino de las palabras tiene algo que ver con la discriminación de género. Nada demuestra más claro que esto el deterioro de nuestro intelecto contemporáneo.Un hombre es “una” persona y una mujer es “un” ser humano y nada implica más que la comprensión implícita y explícita de lo que intento explicar y por lo tanto vuelvo a intentar comprender el porqué de la pérdida de aquella admiración por aquellas personas que poseían mayor conocimiento en diferentes aspectos de la vida y era un enorme privilegio aprender algo de ellas.

Hoy tenemos infinidad de ídolos vacíos, comunicadores en diversos medios que han hecho de la payasada y el comentario “de churrasquería” al decir de mi admirado Alejandro Dolina todo su contenido y aún sobre mi obvia aceptación del humor me resisto a que perpetuemos un estado de “eterna pachanga” aún en aspectos que deberían tomarse en serio. Así lo que nos compete es recuperar la educación para que volvamos a sentir aquella valoración por el conocimiento.

Para finalizar podría sostener que este esfuerzo por denostar al conocimiento es prácticamente un hecho mundial que entre otras cosas es el resultado de esta híper comunicación que paradójicamente nos aleja de nuestros semejantes, de los que viajan a nuestro lado por la vida y sumidos en el espejismo de las redes sociales nos manifestamos como zombies abstraídos del contacto humano cambiando a la gente por nuestras hipnóticas pantallas negras.

En síntesis y frente a la posible extinción del pensamiento ilustrado debemos recuperar la admiración por el conocimiento y comenzar a meditar sobre el rumbo de una civilización que camina mirando sus pantallas y arriesgándose a ser atropellados por una realidad que “tontifica” la existencia a grados superlativos.

Afortunadamente quedan algunas islas como el “Ateneo de Montevideo”, quizás la enorme posibilidad de entrar a un museo, ver una gala en el SODRE, asistir a una película en Cinemateca o tomarse una tarde para entrar a la Biblioteca Nacional a ver que hay allí en ese fabuloso recinto.

Creo que debemos honrar a los hombres y mujeres no solo inteligentes sino también sabios, a aquellos solitarios que sosteniendo la lámpara del conocimiento nos guiaban con sus trabajos o conversaciones hacia la luz de la sabiduría para así ayudarnos a ser no solo mejores personas, también a transmitir el enorme acervo cultural que corremos el riesgo de perder cambiándolo por la frívola admiración por el tonto del día.

Por: Darío Valle Risoto

Técnico en Comunicación Social

“MALEVITO” TRAZAS DEL TIEMPO PERDIDO PROUSTIANO EN UN TANGO VIEJO

    La conocida alusión al temps perdu que informa la gran novela de Marcel Proust se presta a inspirar analogías. En este caso nos lleva a un tango viejo; “Malevito”, con letra de Celedonio Flores y música de Pedro Maffia, grabado por Gardel en 1926; esta versión es prácticamente la única que ha llegado a nuestros días.

    De hecho, el tango es repositorio de tiempo perdido; con frecuencia sus letras tienen referencias a lugares, personajes, edificios que hoy no existen, mejor dicho, tienen existencia vicaria en aquellas letras. Permanecen congeladas en expresiones lingüísticas.

    El tango mencionado en el epígrafe proporciona dos ejemplos de lo que estamos exponiendo. Un verso reza: “Hoy parás en el Domínguez”. Esto se refiere al Café “Domínguez”, que fue un famoso café de Buenos Aires, reunión de la bohemia tanguera de las primeras décadas del Siglo XX. Así Julián Centeya “el hombre gris de Buenos Aires”, letrista y poeta lunfardo, quintaesencia del porteño a pesar de, o quizá parcialmente a causa de, haber nacido en Italia, con el nombre de Amleto Enrico Vergiati, lo celebra en una glosa a un tango instrumental compuesto por Alfredo de Angelis, que lo recuerda. Dice Julián Centeya: “Viejo Café Domínguez de la calle Corrientes, que ya no queda”.

    Una placa fijada en el número 1537 de la Calle Corrientes, recuerda el emplazamiento del mítico establecimiento en el año 1917; había iniciado sus actividades en el número 925 de la misma vía.

    Unos versos más adelante la letra nos acerca otro vestigio: ”Parecés el Trust Joyero/Por las joyas que cargás.” El Trust Joyero Relojero fue un establecimiento comercial de joyería, relojería y óptica que estaba situado en la intersección de Corrientes y Nueve de Julio, de la ciudad de Buenos Aires.

    El Trust Joyero Relojero comercializaba relojes suizos, objetos de cristal de Bohemia y alhajas de París. Ganó fama con la importación de relojes despertadores alemanes, de venta masiva al precio de noventa y cinco centavos de la época.

    Hoy el recuerdo de estos lugares desaparecidos en ”un mundo sepultado”, en palabras de Juan José Sebreli, permanece en la letra del tango que comentamos. Esos versos y la voz del Mago lo revelan fugazmente.

    Y es precisamente esa fugacidad la que nos lleva al tiempo perdido. El Café Domínguez y El Trust Joyero ya no existen y el tango que circunstancialmente los rememora, perdura. Dijo Francisco de Quevedo, en los dos versos finales de un soneto al que en otra oportunidad supimos referirnos en estas páginas:

¡….

Huyó lo que era firme y solamente

Lo fugitivo permanece y dura!”

NÉSTOR U. CAREAGA

JOSÉ ALONSO Y TRELLES, El Viejo Pancho

Hijo de Francisco Alonso y Trelles, maestro de primeras letras, y de Vicenta Jarén , nace el 7 de mayo de 1857 en la Villa del Ribadeo. A los 19 años viaja a América y se radica en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires. Intenta una nueva aventura en Río Grande, Brasil y luego se radica definitivamente en el Tala, donde forma su hogar y nacen sus hijos y donde realiza la obra que lo ha inmortalizado.

En 1915 aparece “Paja Brava”, Versos Criollos. “Renglones desiguales… cualquier día les llamo yo versos” dice el autor en el prólogo. No obstante, afirma Casimiro Monegal “El Viejo Pancho es quien ha sondado mejor el alma gaucha y expresado en versos perdurables las pasiones bravías, los dolores y las ternuras de nuestras Julietas y de nuestros Romeos criollos”. Las haciendas cimarronas y los entreveros a lanza los toma Trelles de la tradición; y del gaucho, canta lo menos conocido: sus sentimientos e instintos. Continuador de Hernández, Hidalgo, Ascasubi, Lussich, Del Campo, pulsa su lira con voz propia y revoluciona la métrica hasta entonces de arte menor. No obstante, esta producción suya es muy valiosa y conforma la mitad de su obra. Como decíamos, el Viejo Pancho renueva metros y ritmos e introduce en la poesía gauchesca los versos de arte mayor: endecasílabos, alejandrinos. A un lado quedan décimas y cuartetas simples que cultiva apenas. Supo de lides fratricidas y de lances con matreros, pero en su corazón dolía más la pena de un amor perdido que la herida de una lanza o de un cuchillo.

Bajo su apostura gringa y romántica y becqueriana imagen había un criollo nuestro, un hombre que internalizó mejor que nadie los sentimientos o como dijera Luis Hierro “su conocimiento del alma compleja del paisano”. La dicotomía entre civilización y barbarie es la misma en sus versos que en los de Hernández. Así, sus gauchos –como Fierro- se resignan al triunfo de la civilización pero sin incorporarse a ella. La transformación del entorno y del progreso que no siempre mejoran las cosas, ni la altanería de los que, fortuitamente, ejercen el poder o la autoridad le hacen decir: “Vaya no más usté, pa’ mí no tienen / ni un poquito de gracia las carreras/ pa’ que vi’ a dir, pa’ que cualquier milico / un guacho que ricién largó la teta/ me peche el mancarrón o le acomode/ la culata del mause en la cabeza” y resignado se aferra a sus ilusiones del ayer campesino “Deje nomás, deje nomás que el viejo/ se quede en sus taperas/ viendo pasar por las cuchiyas verdes/ las alegres visiones con que aún sueña…”

Uno de sus más renombrados poemas es el impar romancillo de exasílabos “Insomnio”: “Es de noche; pasa/ rezongando el viento/ que duebla los sauces/ cuasi contra el suelo./ Y en el fondo escuro/ de mi rancho viejo/ tirao sobre el catre/ de lechos de tiento,/ aguaito las horas/ que han de trairme el sueño./ ¡Pucha que son largas/ las noches de invierno!…”

Pero tal vez el poema que le dio mayor celebridad y que lo afirmó definitivamente en el rumbo del verso criollo fue “La Güeya”. Escrito en 1899 en su escritorio de Montevideo, se publica junto a “Resolución” en “El Fogón”, lo que motivó estas líneas de Alcides De María; “No se queje, amigo, que Ud. debe tener chiruzas a montones en sus pagos de “El Tala” y Trelles le responde con los versos “Entre Viejos”. En “La Güeya” el pulpero adquiere la condición de confidente, situación no tan común en la poesía criolla pero que tiene un cercano paralelismo con el relato que hace Cruz a Fierro, porque, en general, el paisano guarda para sí sus sentimientos pero aquí, como muy bien señala uno de sus críticos, el protagonista, “confidencial y pacífico no quiere la certidumbre y espera que el pulpero lo tranquilice”.

A los 43 años en que escribe estos versos –dice Manuel Benavente- Trelles sólo estaba enamorado de una diosa: la gloria. El amor, la pasión, la pena, la amargura ungieron el poema extraordinario para la inmortalidad en la poesía de América, sin embargo no fue escrito a una amante de carne y hueso sino a la gloria tantas veces esquiva; pero real o no, la chiruza de su poema tenía fragancia de rojas verbenas y hermosura de rústicas flores campesinas”. Corría el año 1923, estaba a punto de salir la segunda edición de “Paja Brava”, el poeta le confiesa al citado autor maragato en artículo publicado por el Suplemento Dominical de “El Día” el 13 de marzo de 1938: “¿Sabe una cosa? Me empiezan a gustar esos versos que antes miraba con cierta indiferencia. No todos, naturalmente. Creo que “La Güeya” es lo mejor que he hecho”. Y Benavente le pregunta: “¿Y ese amor desgraciado que Ud. canta, tiene algo de real? y el Viejo Pancho le responde: “¿No es Ud. poeta? ¿Ignora que los hijos de Apolo tenemos el divino privilegio de vivir muchas vidas? Varios me han hecho esa pregunta. Nada hay de cierto en ese amor infeliz. Lo inventé. Lo necesitaba. Porque yo, por más gaucho que se me crea, soy un romántico”.

El Viejo Pancho murió en Montevideo el 28 de julio de 1924. Era entonces el más celebrado poeta gauchesco, cuyos versos el pueblo sabía de memoria y recorrían el mundo en alas de la voz inigualable y mágica de Carlos Gardel. Alguna vez había afirmado: “Nací en Galicia para ser un cantor del campo uruguayo. Ese amor quejumbroso, romántico, que he puesto en muchos de mis versos es el resto de romanticismo que queda en mí”. ¡Y qué natural nos parecen a la distancia esas notas de delicado amor y de ternura, de infinita pena y de muy esquiva dicha que descubre en la más recóndita interioridad, en la hasta entonces inexpugnable hondura del alma de nuestros rudos paisanos, porque la poesía y el sentimiento son universales y comunes a los hombres y tienen su correspondencia en los más insospechados rincones del orbe. Así, el Viejo Pancho, hijo de la entrañable Galicia, ha sido, es y será siempre uno de nuestros poetas populares más queridos porque tuvo la humildad de nuestras flores silvestres y la grandeza y luminosidad de los astros para tornar célebre y universal el sentimiento del gaucho.

Retrato ecuestre del Viejo Pancho en Ribadeo

Gerardo Molina

(Fragmento de la Charla dictada por su autor en el Ateneo de Montevideo, Semana de la Cultura Canaria, setiembre de 2014)

Carlos Prevosti

Nació en Montevideo el 5 de octubre de 1896 en un hogar de origen italiano. A los 16 años ya se encuentra colaborando en la realización de escenografías en el Teatro Solís y Cibils. Comenzó sus estudios con Godofredo Sommavilla y Luis Pedro Cantú; luego ingresa al Círculo de Bellas Artes donde estudia con Vicente Puig, Carmelo de Arzadun y Guillermo Laborde.

En 1926 viaja a Alemania y Bélgica con la finalidad de estudiar programas y métodos de enseñanza de la plástica en escuelas primarias. Su viaje coincide con el de Carmelo Rivello con quien le hermanaría un parentesco estético y una postura ética incorruptible.

Concurrió a Suiza e Italia interesándose en los métodos de educación artística, prestando especial atención al funcionamiento de la Academia Brera de Milán, donde contó con el apoyo de su pariente, el artista Pietro Magnoni. Su estadía en Europa se prolongó por varios años, frecuentando los talleres de André Lothe, Fernand Léger, Le Falconniere y Bissiere. Realizó cursos en la Escuela de Artes y Oficios de París, relacionados al grabado en metal y el esmaltado. Frecuenta la Escuela Teatral Medgyes y los Talleres cinematográficos de Joinville adquiriendo conocimientos de iluminación, vestuario y puesta en escena.

Regresa a Montevideo en 1932, integrándose a la ETAP como docente de artes plás-ticas. Forma parte de la AIAPE (Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Es-critores). Trabaja como docente en escuelas de primaria y secundaria, contribuyendo significativamente con el Maestro Sabas Olaizola en la organización de la “Escuela Experimental” de Las Piedras. Su tarea docente abarca no sólo el dibujo y la pintura, también grabado, escultura, modelado, alfarería teatro de títeres, juguetes, etc. Es importante su aporte en la formación del Liceo popular de Las Piedras (1937), siendo uno de sus fundadores.

Realizó el Teatro de Títeres de la Colonia Escolar de Piriápolis. Participó en Salones, muestras colectivas en el país y en Argentina; formó su propio Taller siendo uno de los docentes de mayor prestigio de su época. Entre 1943 y 1947 fue miembro de la Comisión Nacional de Bellas Artes, luchando por hacer prevalecer una visión renovadora de las artes, por la transparencia y en contra de los desvíos éticos, ya comunes en esos años.

Fue Profesor de Dibujo en el Liceo Las Piedras, hasta su retiro por enfermedad, falleciendo el 11 de mayo de 1955.

En 2016, gracias a la comprensión de la Dirección del MNAV, el grueso de su obra y sus archivos, pasaron a dicho museo.

La importancia de su figura como artista y docente, es una deuda de nuestra crítica especializada. Es necesaria una revaloración de su obra, como planteo abierto generador de nuevas experiencias. Sería preciso evaluar cuánto aportó Prevosti de continui-dad y renovación en la historia de la pintura uruguaya, que había encontrado en “el planismo” más un modo que una forma expresiva.

Habría que evaluar también, en cuánto fracasó -no sólo Prevosti- sino todos quienes habían estado creando en estas soledades, frente al desembarco triunfante (1934), de la hibridación de neoplasticismo / primitivismo, pregonada por J. Torres García.

Una opción suponía seguir investigando y ensayando, con todos sus riesgos y otra era asumir una fórmula más o menos ingeniosa que un Maestro (sin dudas un gran pintor) había determinado como “el arte de nuestro tiempo y nuestro solar”.

      

15 de abril de 2018

Joaquín Aroztegui

Los años felices

AQUELLOS AÑOS FELICES

     Corría la segunda parte de la década de los cuarenta y la paz y la felicidad reinaba en todo nuestro país.

     Recientemente finalizada la segunda guerra mundial se avizoraba una época de prosperidad, tanto en el aspecto económico como en lo social.

     Don Manuel, el almacenero de la esquina de Gonzalo Ramírez y Pablo de María, no quiso dejar que pasara la oportunidad de hacer un dinero extra y decidió financiar la construcción de un tablado que se largara a premio en los carnavales.

     Fue entonces como los botijas del barrio vimos, con asombro, bajar de un camión una serie de tanques vacíos que apilaron en la acera contigua al almacén.

     Corrimos para verlos de cerca, pero de inmediato tuvimos que alejarnos para dar paso a otro camión que trajo tablones y maderas.

     Sabíamos que vendrían unos días en que nos divertiríamos observando y controlando a la gente que trabajaría en la construcción del tablado.

     No nos daban los ojos para mirar a los carpinteros fabricar la tarima sobre los tanques, sorteando la dificultad que presentaba la pronunciada bajada de la calle Pablo de María.

     En la tardecita, cuando se retiraban los obreros, subíamos por la escalerilla a jugar, mientras don Manuel nos advertía que tuviéramos cuidado con caernos o lastimarnos al quedar enganchados con algún clavo que pudiera haber quedado sobresaliendo. “Esperen a que terminen para subir a jugar,” expresaba el almacenero.

     El tablado se completó con una gran y multicolor figura de cartón que representaba a un dragón despidiendo fuego por su boca.

     Llegó el día de la inauguración que si hizo con la murga Los Patos Cabreros dirigida por el popular Pepino.

     Pero don Manuel no se quedó allí solamente. Quería aprovechar al máximo la gran ocasión por lo que gestionó y obtuvo la realización de un corso vecinal que pasara frente al tablado.

     El recorrido sería por la calle Pablo de María, desde Bulevar España a Gonzalo Ramírez, luego por ésta hasta Blanes y subiendo por la misma hasta Bulevar nuevamente. Serían dos manzanas las que rodearía el cortejo.

     El día señalado, los vecinos contrataron electricistas que decoraron el frente de las casas con guirnaldas de luces de colores.

     Todo fue expectación y ansiedad para nosotros, hasta que se presentaron aquellas dos figuras que encabezaban el espectáculo: Menecucho con la venta de sus versos y el que se disfrazaba como el gorila King Kong que, con su vestido confeccionado con hojas de palmera, nos asustaba tanto que corríamos a refugiarnos en el interior de nuestras casas.

     Días más tarde unas personas que se las tiraban de “vivos” en el corso de la Plaza Gomensoro, prendieron fuego a su disfraz lastimándolo seriamente. Fue el final del King Kong”.

     Seguidamente desfiló la fanfarria del cuerpo de Blandengues que cambiando su tradicional uniforme por otro de vistosos colores, tocaba temas de actualidad. A su lado y atrás, los gigantes y cabezudos hacían nuestras delicias.

     Pasaron los carros alegóricos, cerrando con el del Chaná, siempre fuera de concurso, que esa vez presentaba un barco con motivos chinos y tenía un gran gong en la popa.

     Luego repicaban los tambores de las comparsas de negros y de lubolos, es decir blancos con la cara pintada de negro, entre las que estaban Añoranzas Negras y los famosos Esclavos de Nyanza y finalmente, las murgas Los Patos Cabreros, Asaltantes con Patente de Cachela y los Saltimbanquis.

     Después de dar tres vueltas a su recorrido se retiraron dejando que los vecinos se lanzaran a la calle haciendo una guerra con papelitos y serpentinas, además de apuntar a los ojos con los lanza perfumes “bolero”. Nuestros padres nos proporcionaban la protección de una especie de lentes para evitar la irritación.

     Todo era algarabía y hasta el adusto padre del gordo Luis, el ingeniero Giannasttasio dejaba su habitual postura para mezclarse a jugar con nosotros.

     Ahora todo cambió. El barrio es otro. No hay más tablados ni lanza perfumes Los botijas del barrio tenemos ya ochenta años de edad y apenas quedamos dos, que a veces nos comunicamos telefónicamente para recordar con nostalgia aquellos años felices de nuestra niñez.

ENRIQUE DEMATTEIS

Se convocan voces masculinas y femeninas para participar en proyecto musical

Se convocan voces masculinas y femeninas para participar en un nuevo proyecto musical:

CORO ATENEO de MONTEVIDEO

INFORMACIÓN GENERAL

OBJETIVOS DEL CORO

Impulsar la música a través del canto coral, creando espacios de expresión artística como parte del desarrollo individual de la persona.

Utilizar la voz como vehículo de expresión musical, proporcionando las herramientas básicas de técnica vocal.

Fomentar y desarrollar los vínculos entre personas de diferentes ámbitos, utilizando la música como punto de unión.

Potenciar los valores de compromiso, unión, concentración, responsabilidad, esfuerzo y respeto.

REQUISITOS DE LOS PARTICIPANTES

Mayores de 16 años

Ganas de realizar un trabajo musical en equipo con compromiso y responsabilidad.

No se requieren nociones musicales ni experiencia coral.

INFORMACIÓN PRÁCTICA

Las audiciones tendrán lugar los días 26, 27 y 28 de Febrero en horario de 19 a 22 horas.

Los ensayos serán los lunes de 19,15 a 21,45 en el Ateneo de Montevideo a partir del lunes 5 de marzo.

Para informes e inscripción: convocatoria.coro.ateneo@gmail.com

Taller de lectura y escritura

Cerrando nuestras actividades

Luego de haber leído varios pasajes de “Serias picardías” del escritor uruguayo Guillermo Lopetegui, autor muy reconocido y con muchos premios, lo invitamos a venir a nuestro Taller. Nos habían quedado algunas dudas en cuanto a la interpretación de uno de sus cuentos, “ El objeto de Violeta” y queríamos hacerle preguntas, sobre todo, en lo concerniente a la descripción de algunos lugares donde sucedían los hechos. Su estilo barroco no era fácil de entender. Sin embargo, cuando estuvo entre nosotros, nos resultó grato que no solo nos hablara de su estilo sino que no dijera algo más importante: cómo era su proceso de creación. Y a él le gustó mucho, el comentario de su cuento realizado por Cristina Fuentes, una de las integrantes del grupo ATENEO. También participó de esta experiencia el Taller de lectura y escritura del Prado.

Nuestro otro invitado fue Ignacio Martínez, escritor uruguayo con más de ochenta publicaciones para niños, otras para jóvenes y adultos y además, dramaturgia. Entre las primeras, El viejo Vasa, La vereda de enfrente, Detrás de la puerta un mundo, Fantasmas en la escuela, Mi amigo José Gervasio y muchas más. Nosotros habíamos leído unas cuantas pero lo importante fue oírlo, saber cómo trabajaba en forma oral con los niños. Algunos del grupo lo habíamos visto personalmente o a través de la televisión conversando en las escuelas, con más de cien niños sentados en el piso del patio, atentos, fascinados por aquellos cuentos en los que él los iba involucrando. Siendo muy joven y con una larga barba llamaba la atención a los más chicos que hasta llegaron a preguntarle si era nieto de José Pedro Varela. Al recordarlo, él se reía porque eran muchas las preguntas al respecto. Finalmente, caracterizado y acompañado de otros personajes de época, hizo “un corto” representando al Reformador de nuestra escuela. Con estos dos famosos escritores cerramos el año comprobando una vez más que a la vocación literaria hay que agregar más, sobre todo, talento y disciplina de trabajo.

Para esta última actividad fueron invitados los integrantes del Taller de Durazno y del Taller de Sarandí Grande dirigidos por el Prof. Carlos Fuentes. Luego de almorzar todos en el Círculo de Tenis del Prado vinieron al ATENEO.Y luego de escuchar a Ignacio Martínez y de hacerle muchas preguntas, se fueron encantados. Y también nos sentimos encantados nosotros, ya que pudimos concretar, una vez más, eso que es tan difícil: la integración de Talleres. En este caso, cuatro. .

 

Del Taller de Lectura y Escritura

Jorge Rodríguez Castro

Hay días…o tengo días como el de hoy, en que la soledad golpea con toda su fuerza…diría que …encarnizada…cruel.

Me deja sin asunto….absolutamente paralizado…no sé qué hacer…no sé hacia dónde ir.

Esta presión en el pecho no la puedo resolver….es casi constante….no me da tregua.

Pierdo toda la serenidad al no tener respuestas para tantas interrogantes….para cosas tanto elementales como complejas.

En este mar de incongruencias se agita mi alma y tu vigilia se apodera de mí….no hay a quién consultar, no puedo asirme a ninguna opinión, me gana el caos y la desesperación.

Montevideo, setiembre de 2016

 

Maldita inercia que me has invadido, te has apropiado de mis horas.

Mi tiempo es un constante divague, un discurrir sin rumbo ni freno, una suerte de lenta agonía, irrefrenable y perentoria sin fecha de caducidad.

En medio de este lento torbellino, se cruzan las más descabelladas apetencias, pretensiones insanas, absurdas, que van contaminando el ser, que no cesan, que aparentemente parten pero regresan con más vigor, como si se hubieran alejado un tanto, para recargar energías, no sé cómo controlar,  no sé ….o sí sé de dónde surgen, aunque no entienda el por qué pero ahí están, como pequeños destellos en  la oscuridad interminablemente presentes.

Montevideo, diciembre 22 de 2016

El joven ciego

     Lucía Martínez era una enfermera recientemente jubilada. Le costaba mucho adaptarse a su nueva situación luego de practicar largo tiempo su profesión.

     Se había especializado en la rehabilitación de personas discapacitadas por problemas motrices.

     Ahora se encontraba sola.

     Hacía unos meses que su madre, único familiar que poseía, había fallecido.

     Ella era lo que vulgarmente se dice, una solterona.

     En su juventud había sentido un gran amor por alguien que no le correspondió de la misma manera. Luego de un largo noviazgo, él rompió su relación con la excusa de que se había enamorado de otra mujer.

     Fue un duro golpe para ella. No quiso saber nada más de los hombres. Se dedicó a su profesión y a cuidar a de su madre, que además había hecho las veces de padre, ya que su progenitor había fallecido cuando ella era muy pequeña.

     Ahora, de repente, se vio ante un gran vacío.

     Por las mañanas salía a caminar por la rambla de Punta Gorda, el barrio donde habitaba.

     Unas veces tomaba hacia Malvín y otras hacia el puente de Carrasco.

     El día que nos ocupa marchó rumbo al este.

     Cuando llegó frente al Club Náutico, llamó su atención ver a un joven sentado solo en un banco. Portaba en una mano un bastón blanco, por lo que supuso que se trataba de un ciego.

     Su actitud le llamó la atención. Era como si estuviera esperando a alguien. Tal vez, por deformación profesional, se sentó a su lado tratando de entablar una conversación.

 

     – Hola, me llamo Lucía y tú.

     – Jorge

     – ¿Sales temprano a pasear?

 

     – Me gusta sentir en mi rostro el aire fresco de la mañana. Como habrás podido apreciar, soy ciego.

 

     – Sí, me di cuenta. Soy enfermera.

 

     – Tienes una voz de persona joven.

 

     – Te equivocas, podría ser tu madre, ya estoy jubilada de mi profesión.

     Lucía pensando que habían entrado en cierta confianza se atrevió a preguntarle desde cuando no tenía vista.

     Él le dijo que cuando practicaba natación en la piscina del Náutico, tuvo un accidente en el que se golpeó la cabeza. Un derrame cerebral le llevó a perder la visión totalmente.

     No dejó de nadar y estaba entrenando para competir en torneos para discapacitados, pero le costaba mucho hacerlo.

     No siempre tenía quién lo acompañara a la piscina y debía hacerlo muy temprano ya que luego muchos de los nadadores se sentían molestos con su presencia porque decían que los obstaculizaba en sus movimientos.

     Lucía le dijo que ella vivía cerca y a lo mejor podía ayudarlo con su compañía o tal vez hacerle sesiones de fisioterapia.

     El joven no llegó a contestarle porque en ese momento se les aproximó una muchacha a buscarlo.

     Los acompañó y así pudo apreciar que ella vivía en la misma cuadra, a sólo tres casas de distancia.

     Se sintió atraída por el ciego por lo que quiso saber más sobre él.

     Fue al club y se entrevistó con su entrenador.

     Éste le informó que la práctica debía hacerse muy temprano en la mañana para preparar la piscina con las cuerdas que oficiaban de andariveles. El ciego las rozaba con su cuerpo para no salir del suyo y mantener la línea.

     Jorge se preparaba en cien metros estilo pecho y como la piscina tenía cincuenta, él se colocaba al borde de la misma provisto de una larga caña en cuya punta tenía una dura esponja con la que lo tocaba para indicarle que debía virar. En el otro extremo, un ayudante, de la misma forma le advertía que había llegado a la meta.

     Entonces decidió entrevistarse con los familiares del muchacho a quienes les explicó su situación y ofreció sus servicios, en forma desinteresada, para acompañarlo. Era una manera de ocupar su tiempo y a la vez de hacer algo que le agradaba, la hacía sentirse útil.

     Los padres aceptaron la oferta y Lucía se transformó en el lazarillo de Jorge.

     Pasó el tiempo y llegó el momento de la competencia en el Campeonato Sudamericano de Natación para lisiados, a realizarse en Mar del Plata, Argentina.

     Hasta allí se trasladaron los amigos junto con el entrenador y todo su equipo.

     Jorge pasó la prueba clasificatoria con alguna dificultad y se aprontó a disputar al día siguiente la gran final.

     Entre la asistencia se destacó una joven que lo alentó con fuertes gritos.

     Lucía reparó que ella también era nadadora. Tenía el brazo izquierdo amputado por debajo del codo y compitió en la modalidad de crol, es decir libre, donde también se clasificó.

     Esa tarde Lucía y Jorge tomaban un té en una cafetería de la costa cuando la joven nadadora se les acercó.

     – Me puedo sentar un momento con ustedes- dijo y encarando directamente a Jorge expresó: – Debes haber practicado mucho para nadar como lo has hecho, te felicito.

     – Tú también nadas brillantemente y por sobre todo eres muy aguerrida, intervino Lucía.

     – Trato de suplir lo mejor que puedo el brazo que me falta. En la piscina debo dejar la prótesis de lado. Ahora me retiro porque tengo que descansar para estar bien para competir mañana. Estamos en el mismo hotel, mi habitación es la 34 y mi nombre Julia Sánchez, por si necesitan algo de mí.

     A la hora de la cena volvieron a encontrarse y Lucía dejó que los jóvenes conversaran animadamente mientras ella fue a donde estaba el entrenador para preparar los detalles referentes a la competencia.

     Las finales se desarrollaron con normalidad, Jorge se quedó con el bronce en su categoría y Julia obtuvo el oro.

     Las ceremonias de premiación fueron una después de la otra y a Jorge se le llenaron los ojos de lágrimas cuando sintió los acordes del himno nacional, tocado en honor a Julia. Estaba conforme con haber logrado un tercer lugar, pero en lo más profundo de su corazón sentía la frustración de no haber obtenido el triunfo. Era consciente que debía trabajar más para alcanzar esa meta.

     Al regreso a Montevideo fueron recibidos con honores por las autoridades del Comité Olímpico, por ser los únicos en obtener medallas en este tipo de competición.

     Todo volvió a la normalidad y Jorge siguió practicando con ahínco, con el fin de mejorar sus marcas.

     Un tiempo más tarde, un día en el que Jorge practicaba en la piscina, apareció Julia de visita. Se trataba de un día especial, fuera de la rutina. Lucía se encontraba enferma con gripe por lo que al joven lo habían acercado al club, temprano por la mañana y dejado a cargo del entrenador. Cuando terminara el entrenamiento llamarían para que lo vinieran a buscar.

     Con el arribo de Julia los planes cambiaron. Los jóvenes fueron a la cafetería a tomar un té. Allí conversaron animadamente.

     De pronto Julia preguntó a su compañero – ¿Sabes bailar?

     – Antes del accidente era un buen bailarín – fue la respuesta de éste.

 

     – Entonces te voy a invitar a la fiesta de cumpleaños de mi hermana menor. Cumple los quince y mis padres organizaron una reunión en un club. Me gustaría que me acompañaras. Yo te vengo a buscar y te regreso cuando termine.

 

     – Pero te vas a pasar la noche cuidándome – expresó Jorge

 

     – Todo lo contrario, me encanta estar contigo. Lo paso muy bien, tenemos muchas cosas en común.

     Así quedó acordado y cuando la joven acompañó al ciego hasta su domicilio le planteo el caso a la familia, que estuvo de acuerdo en que fuera a la fiesta.

     Danzaron toda la noche y tuvieron una conversación fluida. La cercanía de sus cuerpos durante el baile hizo que sus sentimientos fueran más allá de una simple amistad. Se dieron cuenta que estaban enamorados uno del otro. Esa noche comenzó un idilio que, con el tiempo, los llevaría al altar.

     Lucía se percató que su papel protagónico en la relación con Jorge había terminado. En adelante su posición sería secundaria.

     Otra mujer ocuparía un lugar preferencial en la vida del ciego, Julia, pero el cariño que ella había adquirido hacia el joven haría que siguiera ayudando de la forma más conveniente para éste.

ENRIQUE DEMATTEIS

Taller de Lectura y Escritura

Hay días…o tengo días como el de hoy, en que la soledad golpea con toda su fuerza…diría que …encarnizada…cruel.
Me deja sin asunto….absolutamente paralizado…no sé qué hacer…no sé hacia dónde ir.
Esta presión en el pecho no la puedo resolver….es casi constante….no me da tregua.
Pierdo toda la serenidad al no tener respuestas para tantas interrogantes….para cosas tanto elementales como complejas.
En este mar de incongruencias se agita mi alma y tu vigilia se apodera de mí….no hay a quién consultar, no puedo asirme a ninguna opinión, me gana el caos y la desesperación.

Montevideo, setiembre de 2016

 

Maldita inercia que me has invadido, te has apropiado de mis horas.
Mi tiempo es un constante divague, un discurrir sin rumbo ni freno, una suerte de lenta agonía, irrefrenable y perentoria sin fecha de caducidad.
En medio de este lento torbellino, se cruzan las más descabelladas apetencias, pretensiones insanas, absurdas, que van contaminando el ser, que no cesan, que aparentemente parten pero regresan con más vigor, como si se hubieran alejado un tanto, para recargar energías, no sé cómo controlar,  no sé ….o sí sé de dónde surgen, aunque no entienda el por qué pero ahí están, como pequeños destellos en  la oscuridad interminablemente presentes.

Montevideo, diciembre 22 de 2016

Un aventurero italiano en la Guerra Grande (III)

 

En agosto de 1845, durante la Guerra Grande, una expedición fluvial al mando del condottiero Giuseppe Garibaldi, al servicio del «Gobierno de la Defensa» de Montevideo y con respaldo anglo-francés, tomó y saqueó Colonia del Sacramento. Luego Garibaldi y su Legión Italiana ocuparon sin resistencia la isla Martín García, antes de remontar el río Uruguay.

Los «matreros», esos «valientes aventureros» según el italiano, ayudaron a las tropas de la Defensa. «El matrero no reconoce gobierno; ¿pero acaso los europeos con tanto gobierno son más felices?», se preguntó Garibaldi. (El razonamiento recuerda a la novela La tierra purpúrea, que el anglo-argentino William Henry Hudson publicaría en Londres cuatro décadas después; una suerte de reivindicación, al menos parcial, del primitivismo de los orientales del siglo XIX).

«Independiente, el matrero se enseñorea de aquella inmensa extensión del país, con la misma autoridad de un gobierno», escribió el jefe de la Legión Italiana, que entonces sumaba unos 500 hombres. «No paga impuestos, ni tributos, ni arrancan al pobre su única esperanza, el hijo, para convertirle en un espadachín».

El gaucho y el matrero «son casi sinónimo», aunque el primero acepta unirse a algún jefe poderoso, explicó Garibaldi, quien luego describió sus herramientas: las boleadoras, el lazo, el cuchillo. «Construye a veces cabañas en el bosque, pero no habita con frecuencia en ellas y motiva su construcción la mujer».

El hábito de derramar sangre

Como otros cronistas extranjeros hicieron antes y harían después, Garibaldi se asombró muchas veces ante los hombres orientales y sus caballos.

Y agregó en sus memorias: «Para mí el soldado de la caballería americana no tiene rival en cualquier clase de combates. Después de una derrota, no hay como él para perseguir al enemigo y capturarlo» con boleadoras y pasarlo a degüello. «La costumbre constante de alimentarse sólo con carne, y el hábito de derramar sangre de vaca todos los días, es probablemente la causa de la facilidad con que cometen un homicidio».

Sin embargo Garibaldi concluyó que una infantería disciplinada y compacta, armada con fusiles, podía batirse con ventajas ante la caballería. Ese principio –que de alguna forma ya había comprobado Wellington en la batalla de Waterloo, en 1815– le resultaría de utilidad en sus posteriores guerras europeas, con fusiles de tiro cada vez más rápido y preciso. En 1904, cuando la última guerra civil uruguaya, las tropas de ambos bandos se desplazarían a caballo pero combatirían básicamente a pie, a cubierto en el terreno, desde Tupambaé a Masoller. Después de la «Revolución de las Lanzas» de 1870-1872, el fusil tipo Remington, y más aún el de repetición tipo Mauser y la ametralladora, aunque todavía pesada y fija, se habían impuesto completamente a la caballería, la lanza y el sable.

Luchas en torno a Salto

La fuerza de Garibaldi, que se iba reforzando a medida que remontaba el río Uruguay, atacó Gualeguaychú, en Entre Ríos, frente a Fray Bentos, tomó muchos prisioneros y se apropió de ropa, arneses y dinero. En el Hervidero, extremo noroeste del departamento de Paysandú, una parte de la Legión Italiana, al mando de Francisco Anzani, un veterano de varias guerras europeas, resistió con éxito un ataque de tropas federales que conducía Manuel Lavalleja, hermano menor de Juan Antonio.

En noviembre de 1845 las fuerzas de Garibaldi tomaron sin resistencia la villa de Salto, donde se les incorporó el caudillo José Mundell, un inglés acriollado, con 150 hombres, y otra partida al mando de Juan de la Cruz, un habilísimo matrero.

Al frente de 300 hombres, Garibaldi marchó toda una noche hacia el norte, para atacar a las fuerzas de Manuel Lavalleja acampadas junto al arroyo Itapebí. Fue un éxito para las tropas del Gobierno de la Defensa. Tomaron unos 200 prisioneros y muchas vituallas. Luego la fuerza expedicionaria resistió en Salto un sitio de las tropas de Justo José de Urquiza, quien sólo estaba de paso y no persistió. Urquiza cruzó el río Uruguay con rumbo a Entre Ríos, como era su objetivo, más al norte.

Unos 300 infantes italianos y caballería oriental, al mando de Garibaldi, mantuvieron el 8 de febrero de 1846 un largo combate en la barra del arroyo San Antonio Grande con tropas más numerosas que comandaba Servando Gómez, caudillo del Partido Blanco. La caballería de Garibaldi huyó pero los legionarios resistieron hasta la noche, cuando se retiraron en cierto orden hacia Salto por la orilla boscosa del río Uruguay.

La derrota final de don Frutos

Entonces, en Montevideo, las cosas dieron un gran vuelco. El veterano Fructuoso Rivera regresó en marzo de 1846 y, al grito de «¡Se viene el patrón!» las fuerzas que le eran fieles, encabezadas por su esposa Bernardina Fragoso y el joven caudillo Venancio Flores, iniciaron una rebelión que obligó a gran parte del gobierno a esconderse o exiliarse.

El caudillo se refugió en Maldonado y en setiembre el Gobierno de la Defensa ordenó su destierro. Para hacer cumplir la orden se envió al coronel Lorenzo Batlle, un líder en ascenso, a quien Garibaldi elogió en sus memorias. Rivera aceptó la situación, escribió una amarga carta a Manuel Herrera y Obes, ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores en Montevideo, y marchó hacia Rio de Janeiro, donde vivió en la mayor pobreza hasta su regreso y muerte en 1853.

Adiós a Montevideo y regreso a Italia

Garibaldi regresó a Montevideo con sus tropas y su flotilla a mediados de 1846. Poco después Salto fue tomado por los blancos de Servando Gómez.

Según Garibaldi, por entonces los aliados anglo-franceses estaban más dispuestos a negociar con Juan Manuel de Rodas, gobernador de Buenos Aires, que a sostener la causa de la Defensa. Él, en tanto, en abril de 1848, cuando grandes movimientos revolucionarios sacudían Europa, regresó a Niza «con un puñado de los mejores de los nuestros», unos 85 uruguayos e italianos, a combatir por la causa de la independencia y unificación italiana.

Por casi un cuarto de siglo Giuseppe Garibaldi continuó corriendo las aventuras más inverosímiles, demasiado extensas para reseñarlas aquí, y se convirtió en leyenda y héroe romántico del siglo XIX. Pero en sus memorias afirmó que la campaña del río Uruguay, ocurrida entre 1845 y 1846, fue la que «yo considero la más brillante de mi vida».

Fuente: El Observador

Paisaje otoñal

El  gris se filtra por la ventana anticipando al cruel invierno. Contrasta el césped con el color del cielo. Rosados amapolines y anaranjadas clíveas se resisten a dormitar. Respetuosamente, el limonero se inclina por el peso de sus frutos que empiezan a madurar con timidez.

Por todas partes la naturaleza está queriendo anunciar el tiempo que llega.

No todo es muerte. Comienza una nueva forma de vida.

No sé realmente cuál es la que prefiero. Ésta, que llena de dorados mensajes el jardín o la que llega, con árboles tristes, despojados, y su lluvia gris.

¿ En cuál de las dos vibran mejor mis sentimientos?

Será bueno pensarlo cada tanto…

 

Enrique Dematteis

La Madre

La vida se desliza, subrepticiamente, entre lo permanente y lo efímero, aunque es muy difícil verlo.

 

Plácido amaba a su madre, pero había algo en ese amor que lo desbor­daba, y que él no podía explicar. Era buena con él, lo amaba, lo cuidaba, se preocupaba por sus necesidades, pero… en esa adolescencia tormentosa, en ese tránsito de la niñez a la madurez, había muchas cosas que cuestionaba y se cuestionaba y muchas veces las respuestas no llegaban a su mente o las que llegaban no le conformaban.

Su madre, era su madre; no cabía duda, pero en su relación con ella había algo más que él no podía entender.

Un día se realizó una gran boda en el pueblo. Grande por la cantidad de gente invitada, grande por la importancia política y social de los que se casa­ban, grande por los gastos y el boato con que todo se realizaba.

Plácido, como la mayoría de sus amigos y conocidos, no estaba invitado a la fiesta, pero la curiosidad lo llevó a la ceremonia religiosa y allí, en la entrada de la iglesia, entre cientos de personas que se apretujaban para no perder nin­gún detalle, pudo entrever la llegada de la novia, disfrutar de los acordes de la marcha nupcial y escuchar los comentarios de sus vecinos y amigos.

Comenzó la ceremonia y todos hicieron silencio. Cuando la soprano lle­gada desde la capital comenzó a entonar el Ave María de Schubert, la sangre se paralizó en el cuerpo de Plácido, nunca había escuchado o sentido algo igual. Esa voz y ese canto, no pertenecían a la Tierra, el cielo los había enviado para hechizarlo, para mostrarle que no todo se ajusta a los aspectos materiales, que existe, por más que se niegue, otro mundo, el mundo de la fe, los sentimientos, las verdades inmutables y la justicia divina.

La música no entraba solo por sus oídos, se infiltraba por todos sus poros, erizaba su piel… No había duda, la voz de la soprano que entonaba el Ave Ma­ría, era un canto celestial, único, irrepetible, algo que nunca sus oídos habían escuchado hasta ese momento.

Una lágrima corrió por su mejilla y durante ese breve descenso, abrió un mundo que permanecía cerrado. De un solo golpe obtuvo las respuestas que se le negaban, comprendió lo hasta ahora incomprensible: una madre es algo más que la madre de su hijo, es una pieza irremplazable en la cadena de vida que sustenta la humanidad. Y no por la parte física de parir y cuidar a sus hijos, sino por la inefable ternura con que los recibe y los trata durante toda su vida.

Entonces comprendió que el papel de madre enaltece a las mujeres de todo el mundo, desde la más encumbrada a la más humilde.

En su mente se desarrollaba un desfile de imágenes, encabezado por su madre, pero la seguían multitud de multitudes, una marea humana que conte­nía a todas las madres del mundo. Y las seguían sus hijos, algunos sonrientes, triunfadores, contentos con la vida que llevaban, otros, desesperados, mendi­gos, hambrientos, destruidos por la droga, engendros de miseria y de dolor cuyas madres cubrían con sus mantos de protección y amor sin importarles sus acciones. Las madres eran solícitas, escuchaban a los suplicantes, calmaban a los desesperados, animaban a los resignados, motivaban a los desesperan­zados. Pero además de esa tierna actitud, en su fuero interno eran rocas que con su fortaleza sustentaban el hogar, sin quejas ni reproches realizaban las tareas más humildes y rutinarias para mantener la paz y el amor necesarios en toda familia.

El mar, el cielo, la montaña son bellezas con las que nos regala la naturale­za, pero no se pueden comparar con la belleza de una madre enamorada de sus hijos. Dichosos sean los momentos en que se vive bajo la protección de su amor, dichosos los momentos en que se recibe una caricia. El templo del alma nunca puede ser mancillado, no importan las afrentas, agresiones o insultos del mun­do, una madre seguirá impasible cumpliendo su función, porque la grandeza de su alma está por encima de las bajezas de la vida cotidiana y permanece inmune, intacta, ante esos embates.

Madre, pensó, recién veo que no eres solo mía, eres una enviada del Señor, una delicada pieza de su artesanía para encauzar la marcha de la humanidad.

Carlos Motta Niz

Juan boliche

Parecía la letra de un tango, pero ese era el nombre que le había quedado. Siendo todavía un niño, era el encargado de abrir el comercio que tenía su padre. Estaba a la entrada del pueblo y era un poco de todo: cantina por las noches, almacén  durante el día y si caía algún forastero, era un comedor al paso.

-¿Adónde vas Juan, tan temprano?- le preguntaba algún madrugador.

-A abrir el boliche- respondía invariablemente.

-Ahí va Juan, al boliche- comentaba alguien.

Y el apodo fue naciendo casi naturalmente, como si le estuviera destinado.

Y así, veranos e inviernos, Juan recorría las ocho cuadras desde su casa al “boliche”. Abría el comercio, barría la vereda, llena de puchos y recogía alguna botella tirada por ahí. Cuando llegaba su padre, que se había retirado tarde en la noche, él ya había atendido a los primeros clientes del día.  El viejo se hacía cargo de todo y el volvía a su casa para ayudar a su madre e ir a la escuela.

-Algún día el boliche será tuyo, Juan- le decía su padre acariciándole la cabeza-. Por ahora atendés el almacén pero más adelante te harás cargo de todo.

Él no respondía pero en su fuero interno detestaba el “boliche”. Él quería estudiar, ser veterinario como don Luis, el padre de su amigo.

Sin embargo, las palabras de su viejo, parecieron ser un vaticinio, un vaticinio no deseado. Ocurrió una noche en que dos borrachos se trenzaron en el bar y el “viejo”, siempre conciliador, trató de aplacar la pelea. Se metió entre los dos y recibió un fatal  puntazo que no iba destinado a él.

Con apenas catorce años, asumió su responsabilidad: se hizo cargo del boliche. Su madre atendía el almacén y él, por la noche,  la cantina. Adiós estudios, adiós sueños, adiós momentos de solaz y alegría. La vida le había impuesto una carga que no pensaba esquivar. Al principio pensó que podrían vivir atendiendo sólo la parte de almacén, pero la ganancia mayor venía por las noches. Sus dos hermanas eran pequeñas y él era ahora “el hombre de la familia” como todos le decían.

Y como un hombre asumió y se resignó a su papel. Veranos e inviernos, cuando llegaba la hora,  allá iba a abrir el “boliche”, que no abandonaba hasta que se iba el último cliente por las noches.

El pueblo y el tiempo lo atraparon. Se encargaron de borrar uno a uno  los sueños de su juventud. Un día cualquiera, casi sin darse cuenta, conoció a Rosa,  una linda muchacha que le alegró la vida y le regaló un hijo.

-Otro Juan -dijo ella cuando nació y tuvo al niño por primera vez en sus brazos.

-No -le respondió él, corrigiéndola con dulzura-. Se llamará Luis y será veterinario.

Elsa Ricci

Juan Rulfo, frases

Juan Rulfo

 

Todo escritor que crea es un mentiroso; la literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación.

La imaginación es infinita, no tiene límites, y hay que romper donde se cierra el círculo; hay una puerta, puede haber una puerta de escape, y por esa puerta hay que desembocar, hay que irse.

¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido.
      Pedro Páramo

Pero es peligroso caminar por donde todos caminan, sobre todo llevando este peso que yo llevo.
      El llano en llamas

Nadie te hará daño nunca, hijo. Estoy aquí para protegerte. Por eso nací antes que tú y mis huesos se endurecieron antes que los tuyos.
      El llano en llamas

Como todos ustedes saben, no hay ningún escritor que escriba todo lo que piensa, es muy difícil trasladar el pensamiento a la escritura, creo que nadie lo hace, nadie lo ha hecho, sino que, simplemente, hay muchísimas cosas que al ser desarrolladas se pierden.

La gente se muere dondequiera. Los problemas humanos son iguales en todas partes.

Era tan bonita, tan, digamos, tan tierna, que daba gusto quererla.
      Pedro Páramo

Tres cuentos breves

tres cuentos breves

Carlos Motta Niz

El tío Melitón

Un amigo muy tímido, insistió, en forma repetida, en que lo acompañara a una sesión de espiritismo. Al final concurrí, aunque me sentía bastante inquieto.

Durante la sesión, luego de varios contactos, la médium incorporó una voz que me pareció conocida y luego de dos preguntas muy concretas, confirmé que se trataba de un familiar muy querido.

Como los que me antecedieron, aproveché a pedirle consejos a ese espíritu sobre un negocio que estaba iniciando.

La semana siguiente seguí al pie de la letra sus recomendaciones sobre ciertas operaciones financieras y todo me salió mal, tan mal que perdí gran parte del capital invertido.

El viernes pasado mi amigo volvió a invitarme a la sesión espiritista y esta vez acepté con mucho agrado: no quería perder la ocasión de decirle al tío Melitón que, en el más allá, en el mundo de los espíritus o donde fuera que estuviera, seguía siendo tan mal empresario como lo había sido en éste.

 

 

El regreso

Nadaron por horas y horas. No era una competencia, sólo querían salvar sus vidas. Sus mentes estaban cerradas a todo lo que no fuera la esperanza de salvarse.

Cada brazada aumentaba el cansancio, pero era absolutamente necesaria para poder llegar a la costa.

El horizonte comenzó a iluminarse y al fin salió el sol. Dejaron de nadar para buscar a su alrededor algún indicio de la dirección a tomar.

Por todas partes sólo vieron agua. Eso podría desanimar a cualquiera, pero no a ellos. Siguieron nadando hasta que el cansancio y los calambres les impidieron continuar. Debieron consolarse con flotar, sólo flotar, de espaldas sobre el agua con la cara hacia el cielo.

Pequeñas olas los mecían y los llevaban hacia un lugar desconocido. El fuerte sol les hizo cerrar los ojos. El suave movimiento y el calor les dieron un bienestar infinito. Desde lo más profundo surgió lentamente una sensación olvidada: el de la cuna mecida por la mano materna. Lo último que vieron, proyectado sobre el telón de fondo de los párpados cerrados, fue un rostro afable, maternal, que se acercaba a darles un beso.

 

La puerta

La Tierra se había convertido en algo inhóspito, una esfera desolada, llena de polvo, de sombras y de nubarrones que oscurecían el sol.

Yo me había convertido en un algo lejano, indiferente a todo. Nada podía alcanzarme. La vida pasaba como si estuviera mirando una mala película; no lograba interesarme, mucho menos emocionarme. ¿Qué saben de esto los burócratas que cotidianamente se sientan frente a un escritorio a llenar papeles, a tomar café y a chismorrear con el del escritorio de al lado? ¿Qué saben de carencias, del esfuerzo cotidiano por comer y buscar un lugar donde dormir, los que lo tienen todo: casa, autos, sirvientes, risas, amigos, comidas en restaurantes, cine, teatro y mujeres?

Estas y otras preguntas, eran las que me atormentaban al caer la tarde. Me sentía un inútil que ya no podía reír, ni dormir, mucho menos soñar.

Me alejé de ellos con el espíritu deshecho. Nada amigable existía en mí. Estaba solo contra el mundo. Contra lo lejano y lo cercano, aún contra el prójimo que, queriendo ayudarme, se acercaba a menos de un metro de mi cuerpo.

Si llegaba a mí algo parecido a un sueño –si es que le podía dar ese nombre a lo que sucede cuando llego a dormirme–, es sólo una copia de un mal sueño: presentado en tonos de grises, con monstruos, aullidos, temores, alertas, desencantos y frustración.

Me pregunto a veces: ¿Cómo volver a ser el que yo era? ¿Cómo olvidar lo inolvidable? ¿Cómo dejar atrás el dolor, la violencia, el horror de la sangre, el fuego, la muerte y la destrucción, el hambre, el cansancio infinito, el olor nauseabundo de mi propio cuerpo?

 

En un muro leí un grafiti: “Ya no hay regreso, ni siquiera una salida”.

Me quedé pensando.

¿No la hay?

Sí, la hay. Y la conozco perfectamente. Hay una puerta a la que temes, pero que te tienta. Una puerta entreabierta que te invita a cruzarla. Una puerta que no se puede atravesar caminando.

Escucha bien, me dije: si llegara un momento en que decidas cruzarla, deberás cerrar los ojos y correr… Correr al máximo, apretando los puños, porque ya será tarde para arrepentirte.

Una rara pesadilla

Ya soy un hombre entrado en años. Quizá por ello mi mente se encuentra dispuesta a hurgar en el pasado. Va desenterrando diferentes hechos ocurridos en el transcurso de mi vida y los analiza separando aquellos que obtuvieron logros y los que llegaron a ser verdaderos fracasos.

Mi manera de ser motivó que muchos de estos últimos me llevara a ser lo que ahora soy, un viejo y empedernido solterón.

Anoche tuve una extraña pesadilla, yo no era un ser humano sino un enorme cocodrilo que trataba de devorar la imagen de la luna reflejada en el agua.

Pero todo era inútil, cuando cerraba mis fauces intentando lograr mi propósito, el claro disco seguía en su lugar y solamente el agua se escurría entre mis dientes.

No era mi costumbre darme por vencido en un primer intento así que lo repetí una y otra vez, ansiando poseer aquello que parecía inalcanzable, pero siempre fracasé al querer conseguirlo.

De pronto desperté. Estaba tendido en mi cama bañado de un frio sudor. Como siempre estaba solo en mi alcoba, mejor dicho, tan solo no porque me acompañaba la imagen de la luna llena que penetraba por una rendija de la persiana.

Mis ojos se posaron en ella y sin darme cuenta mi mente comenzó a evocar recuerdos de mi pasado.

Me vi como aquel niño pobre que quería alcanzar lo que otros tenían y que mis padres no me podían dar.

Luego, los denodados esfuerzos  para lograr una posición económica superior a la que me habían dado mis progenitores. Ambicionaba con obtener lo máximo, lo mejor, lo que parecía inalcanzable a mis manos.

No me importaban los medios que empleaba para llegar a mi meta, ni si con ello afectaba o destruía a mis semejantes. Para muchos fui un villano, un ser monstruoso, un repulsivo cocodrilo que engullía lo que encontraba a su paso.

Nunca se me ocurrió pensar en el mal que hacía a los demás por mi ambición desmedida. Como consecuencia de ello quedé solo en la vida, sin compañera ni amigos, todos se apartaron de mí.

Tal vez este sueño haya sido una advertencia de que ha llegado el momento de recapacitar. Ahora que estoy cerca del final de mi camino el remordimiento se apodera de mí. Esa sanción que impone la moral sobre las acciones que la contradicen.

Quizá todavía esté a tiempo de redimirme y reparar un poco el mal que hice durante mi vida.

ENRIQUE DEMATTEIS

Reflexionando sobre la conciencia

CONCIENCIA  palabra que encontramos frecuentemente en nuestra vida diaria  y que ha sido motivo de profundos y generosos estudios ya sea por eruditos o por profanos.-

Generalmente cuando se pregunta por el termino conciencia la respuesta se remite a los aspectos Éticos Morales de la persona pero la Conciencia se refiere a aspectos mucho más profundos del ser humano y que están íntimamente relacionados con nuestro concepto de superación como seres humanos .-

Si bien se ha comprobado que en algunos animales existe un principio de conciencia, para el ser humano es tan fundamental que los filósofos plantean que sin estados de conciencia el ser humano se pierde en la nada.-

Hablar sobre la CONCIENCIA es demasiado amplio y sobre todo cuando se habla de sus manifestaciones pero en esencia CONSCIENCIA  es la facultad de “ darse cuenta “,ser consciente de un “ algo “ ya objetivo o subjetivo, algo concreto, intelectual, emocional o espiritual, algo externo o interno al hombre y entre otras cosas la consciencia puede ser autoconsciente de si misma.-

Antes de continuar es necesario hacer la siguiente aclaración : cuando escribimos CONSCIENCIA con S  nos referimos a la facultad del ser humano de registrar todo aquello que nos ocurre o que ocurre a nuestro alrededor por lo tanto íntimamente ligada a la Teoría del Conocimiento.-

Cuando escribimos CONCIENCIA  sin S únicamente nos estamos refiriendo a esa facultad exclusiva del alma humana que nos premia o nos castiga haciéndonos conscientes de nuestras buenas o malas acciones “CONCIENCIA   MORAL”

Nos queda así claro el papel fundamental que tiene la Consciencia y la Conciencia en el desarrollo de una sociedad sana y como el concepto alumbra diáfanamente  el porqué o la razón de los hechos que estamos viviendo en nuestro mundo actual.-

Podemos decir que el nivel de los estados de consciencia y de conciencia de una sociedad nos permite explicar y predecir sus posibilidades de progreso y sus características de comportamiento.-

La Conciencia Humanista no es la voz interiorizada de una autoridad a la cual estemos ansiosos por contentar y temerosos de contrariar, es nuestra propia vos presente en todo ser humano e independiente de sanciones y recompensas externas, la Conciencia Humanista es la reacción de nuestra personalidad total a su funcionamiento correcto.

Es la voz genuina de nuestro propio Yo que nos juzga.-

Cuando esta Conciencia desaparece o se debilita por que el Yo se debilita o se hunde en La Nada el ser humano apela a sus instintos más primitivos para poder sobrevivir.-

En otro sentido la Consciencia Autoritaria es la voz de una autoridad externa interiorizada, como pueden ser la de los padres, el gobierno, la religión o la opinión pública  Que uno acepta como normas éticas y  morales y que interiorizamos sus reglas, castigos y recompensas como parte de nuestra propia consciencia.-

La consciencia es un regulador de conducta más efectivo que las autoridades externas .podremos evadir los veredictos de las autoridades externas  pero no las internas.-

Desde el punto de vista psicosocial la Consciencia Autoritaria debe atraer nuestra atención por su poder. El ser humano solo adopta esta consciencia cuando la misma tiene un eco dentro de el. Vivimos anhelando ideales a alcanzar y cuando notamos alguna imposibilidad para concretarlas por nosotros mismos y en nosotros mismos entonces proyectamos este ideal en las autoridades externas, creando así una identidad entre autoridad y súbdito en donde el súbdito siente compartir algún poder con su líder mesiánico.-

Podemos analizar claramente que lo dicho es parte de nuestra realidad actual con todas sus consecuencias.-

Según  manifiestan los estudiosos del tema, el hombre ya nace con los elementos formativos de la consciencia pero en esencia es el mismo hombre quien va forjando su propia consciencia con su “intencionalidad “ o sea en ese acto de ir hacia las cosas y hacia el mismo.-                                                                                                                                    “La intencionalidad de la consciencia” es otro elemento que también atrae nuestra atención por su importancia en todo el proceso formativo del hombre ya que el conocimiento llega a él en cuanto se ponga en marcha ese factor volitivo que le permite acceder al mundo y a su propia reflexión.-

La  consciencia es la raíz de la intuición, esta es la facultad que nos hace percibir la verdad sin tenerla enfrente, pero sin descartar nada de lo anterior me atrevo a pensar que sus raíces van mas allá del subconsciente, hasta el ser interno el verdadero Yo que busca su propia realización su Proyecto Existencial.-

Los pintores y la tecnología – Parte primera

El ser humano ha sobrevivido durante muchísimos años sobre esta vieja tierra y muchos de esos años , por ejemplo en la muy larga noche de la glaciación ,los ha sobrevivido viviendo en cavernas.
Y es precisamente en miles de cavernas, alrededor de todo el mundo, que se han encontrado ejemplos de pinturas realizadas por el hombre de aquellos tiempos , que llegaron hasta hoy .Los ancestrales pintores usaron como materiales para hacer sus obras el carbón de las fogatas que los salvaban del frío y tierras de colores que encontraron en sus correrías fuera de las cuevas .Los temas principales de sus obras eran sus propias manos y algunos de los animales que compartían la tierra con ellos.

Con solo poner en la computadora en imágenes de Google : rupest art , aparecerán centenares de ejemplos , y si se pone : tazina

Aparecerán cosas tan asombrosas como esta, que se piensa que datarían de 30.000años . Cuando en el correr de los siglos las poblaciones humanas se asentaron en pueblos , algunas personas de ellos se dedicaron a refinar aquellos colores naturales y usaron esos colores mezclados con agua para hacerlos manejables para escribir y pintar
.La tecnología al servicio del pintor se había aumentado en esa época con alguna clase de mortero para moler colores en polvo .A esos polvos de colores se les agregaba para diluirlos ,además de agua, la yema y la clara de un huevo de gallina .A principios del 1400 en lo que hoy es Bélgica , dos hermanos , Jan y Hubert Van Eyck, descubrieron que si en lugar de agua y huevo si diluían los colores con aceites vegetales muy refinados, el esplendor , y el modelado de la obras podía ser muchísimo mayor y mantuvieron el secreto de la nueva tecnología todo lo que pudieron.

A pesar de ese enorme adelanto tecnológico que fue el agregado de aceites vegetales , el mortero siguió acompañando a los pintores a través de los siglos , hasta alrededor de 1850 , cuando se fabricaron industrialmente los colores y se distribuyeron en pomos y ese adelanto tecnológico acompañó y fue ayuda fundamental , en una se las revoluciones pictóricas más resplandecientes de la historia: el Impresionismo.

Los pintores ya no tenían que pasar media vida moliendo colores , que algunas veces eran en realidad productos químicos muy venenosos , ni que permanecer en un taller lleno de frasquitos con colores para poder pintar y ahora podían salir a los campos con sus valijitas llenas de pomos a captar en directo los paisajes que quisieran . Más o menos por esa misma época apareció otro adelanto tecnológico de extraordinarias consecuencias , que fue la fotografía .Está comprobado que los impresionistas utilizaron de mil maneras este adelanto , por ejemplo Degas ya en 1896 poseía una cámara fotográfica Eastman Kodak a rollos , Monet se vio envuelto en una controversia en los diarios porque utilizó fotos en uno de sus cuadros de Venecia ..Además de los enfoques , la captación de la luz , los planos , la atmósfera general , la fotografía le permitió a los pintores mejorar de manera descomunal la obtención de sus carpetas de estudio , Van Gogh cuenta en sus cartas que poseía miles de fotografías de cuadros.

Los pintores y la tecnología – Parte segunda

La molienda de colores y la obtención de su carpeta de estudio fueron durante centenares de años la tortura  de los aprendices de pintor , el adelanto tecnológico de la fabricación del color en pomos eliminó una, la otra, la obtención de la carpeta , en esa  se pasó en trecientos años de poseer apenas pocas decenas  de  hojas  , en épocas en que el papel era muy escaso  y carísimo   a tener miles de láminas   en la época del impresionismo.

La popularización de la impresión   fue  otro adelanto tecnológico  asombroso porque  los libros  pusieron  al servicio  del artista la obra de otros pintores, y a  los museos del mundo entero ,  como para  estudiarlos  e incorporar nuevos recursos técnicos  a sus obras respectivas .

. Allá por 1950 compré un libro de paisajes de  Juan Bautista Corot   que debo haber estudiado  con toda el alma durante  años . Me fascinaba  entre todos   un paisaje, el de la Iglesia de Marissel

Admiraba , sobre todo  la forma  en que  los matices de las frondas  pasaban  del  malva al naranja  con una  suavidad  que  en ese tamaño tan pequeño de la obra, unos treinta por quince centímetros , estaba muchísimo más allá de las posibilidades del mejor óleo . Aquella pintura era un sueño imposible de  realizar  . Corot  me parecía  un genio total e inalcanzable para los simples mortales   . Hasta que  un día , al  fin , fui al Louvre y en una de las salitas de Corot lo primero que ví fue ese cuadrito , me abalancé hacia él , que naranja ni malva , aquello eran todos grises hechos con blanco y negro y nada más .

El que era un genio era el colorista de la editorial  que hizo el libro .

La editorial utilizaba todos sus recursos humanos y mecánicos  para mejorar la obra de los pintores para poder vender más  libros , pero no creo que eso haya molestado  nunca a ningún pintor .

La computadora  y la  inimaginable mejora de sus archivos  y su  rapidísima divulgación  fueron otro adelanto tecnológico para los pintores.

Hoy en día   muchísimos pintores en sus casas  pueden acceder a las imágenes de  Google  y  ver miles de obras de cualquier pintor , obras completas  de muchísimos de  ellos , y si tienen una impresora en casa pueden imprimir   lo que quieran  para hacer un libro de estudio personal  del tema y de los pintores que quieran , sin restricciones  de ninguna clase  más de que sea para estudio personal .No hay exageración alguna si digo que eso significa tener en la punta de los dedos   millones de obras  de arte a  nuestra disposición .

Otro adelanto tecnológico son los programas de computadora que permiten pintar  con la impresora  o hacer variaciones inimaginables de los cuadros o fotografías  propios , con elementos como el llamado scanner .El scanner permite al artista hacer variaciones  muy interesantes sobre su  creación original .

La fotografía digital  es otro adelanto tecnológico ideal para el pintor , uno puede ir a dar un paseo por la playa con su pequeña máquina y sacar  300 fotos en dos horas , que puede ver en casa en la computadora ,imprimir las que quiera, pintar cuadros desde  esas impresiones  ,pasar por el scanner las que le parezcan convenientes , nada que ver con pasarse días  al viento y al frío con una luz que cambia cada segundo y que nunca está igual dos días seguidos ¡¡

Creo que sería oportuno  para los pintores y para todos ,   hablar ahora  sobre creatividad .

Digamos  en general  que la creatividad puede ser  original o derivada , por ejemplo ,:cuando  a Edison  se le ocurrió  hacer grabaciones  en cera de sonidos , eso fue  creatividad original : Cuando a alguien se le ocurrió hacer discos de pasta  con  música y voces  grabadas , eso fue creatividad derivada , derivada del invento de Edison . Cuando a alguien se le ocurrió  hacer  discos de vinílico   con música y voces grabadas  eso también fue creatividad derivada .

Cuando a alguien se le ocurrió  hacer grabaciones  de música y voces en cd , eso también  era creatividad derivada , pero  si  al mismo tiempo  se dejan de fabricar tocadiscos y se hace un acuerdo  mundial  de fabricantes  en el que todos los aficionados a la música  debieron renovar sus colecciones de mil millones  de  discos de vinílico y pasar a cd  eso fue una extorsión sumamente original,  y además una de las más grandes de la historia  Si agregamos que los melómanos sabemos  que la música clásica  en  vinílico en aparatos estéreo  sonaba mejor  que el cd , con más presencia y vibración  de sonido , entonces  esa extorsión   pasó a ser una estafa, eso si ,  sumamente original  y muy muy multimillonaria .

Muchísimas veces el gran dinero no está en la invención original sino en las invenciones  derivadas , por ejemplo , nuestro  ancestro el inventor de la rueda  hizo una invención original, pero el que se llenó de oro  fue el que le agregó otras  tres ruedas y fabricó un auto .

Cuando Monet pintó su primer cuadro de nenúfares  , eso, para occidente , fue creatividad original , los otros  100  cuadros  de nenúfares  fueron creatividad derivada.

Muchísimas veces un pintor  pinta un cuadro original a los veinte años con un  enorme éxito de ventas y los siguientes 60 años de su vida  se los  pasa  haciendo variaciones de aquel lejanísimo original  , en realidad ese pintor no ha pintado mil cuadros , ha pintado un cuadro solo, variado ligeramente mil veces ¡¡

Esto de la creatividad derivada   evidentemente  no es tan inocente como parecía ¡¡¡

Otra fuente  tecnológica para el artista  es el celular con cámara fotográfica , que con cada nuevo modelo mejora las cámaras  de manera que ya se están  haciendo hasta  concursos fotográficos  de nivel mundial  con  fotos obtenidas por celular .Las posibilidades  son  enormes  , algunas de  creatividad original pura , como serían los selfies y sus infinitas variaciones .

Con sólo poner en  la parte de imágenes de Google: scanner art  aparecen centenares de posibilidades  creativas que el scanner ofrece  al artista .

Lo  mismo ocurre si se pone photographic art

Conviviendo con los indios

Nicolás Almagro era un hombre dedicado a la investigación histórica.

Se había licenciado en dicha materia en la Facultad de Humanidades de Montevideo y posteriormente cursó un doctorado en España.

Mientras estudiaba en el país europeo, aprovechó para efectuar una serie de investigaciones en el Archivo de Indias, principalmente en todo lo referido al descubrimiento del Rio de la Plata.

Fue entonces cuando cayó en sus manos un escrito de Martín del Barco Centenera, que no fue tomado en cuenta por su autor en las publicaciones que realizó en su momento.

Centenera expresaba allí, que hacia finales del año 1573, vino al Río de la Plata integrando la flota del Adelantado Juan Ortiz de Zárate, como capellán de la misma.

Desembarcaron en la orilla oriental del río y se encontraron allí con unos indios de la tribu Charrúa, comandados por el cacique Zapicán. Con ellos estaba un hombre blanco, que dijo ser Fernando del Castillo marinero de la expedición de Sebastián Gaboto.

Agregó que por aquél entonces era un grumete de 13 años de edad. En una de las batallas un joven indio que luchaba contra ellos resbaló y cayó al suelo desarmado. Uno de sus compañeros lo iba a rematar cuando él, sin saber por qué, interpuso su cuerpo resultando herido.

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Sus compañeros lo dieron por muerto y como tomaron su acción como una traición, no se preocuparon en rescatar su cuerpo. Lo abandonaron y continuaron su marcha.

Él fue recogido por el joven guerrero que había salvado de una segura muerte. Éste lo transportó hasta las tolderías donde quedó al cuidado de las mujeres. Más adelante supo que se trataba de Zapicán

Una joven india de nombre Aviará, cuidó de él todo el tiempo hasta que sanó.

Se enamoró de su enfermera y fue correspondido por ella. Formaron pareja y tuvieron numerosa prole.

Centenera expresa que se trataba de un hombre de mediana edad y tez curtida por el sol, que se había adaptado bien a las costumbres indígenas. Además de oficiar de intérprete, les aportó un gran conocimiento sobre los charrúas.

Les expresó que no pensaba regresar a España. Tenía cerca de cuarenta años conviviendo con los indios y se sentía muy a gusto con su familia, más ahora que su gran amigo Zapicán era el jefe.

Hasta aquí el relato de Centenera, pero el historiador, atraído por lo que en él se narraba, resolvió indagar más en la vida del prelado.

Supo entonces que tres años más tarde de estos hechos, falleció Ortiz de Zárate. Como Centenera no se llevaba muy bien con quién lo sucedió en el cargo, pasó a ejercer en la diócesis de Chuquisaca.

También allí tuvo problemas. Fue acusado de sobrepasarse en sus funciones y multado, por lo que luego de pasar un tiempo en Asunción, volvió al continente europeo.

Se radicó en Portugal donde publicó su poema titulado La Argentina, muriendo poco después.

El relato confirmó a Nicolás que no era cierta la afirmación de que el descubridor del Rio de la Plata Juan Díaz de Solís había sido muerto por los Charrúas y devorado a la vista de los marineros del barco.

La convivencia con los indios de Fernando del Castillo, integrado como uno más de la tribu, demostraban que los Charrúas no eran antropófagos

De las investigaciones efectuadas hasta el presente se puede afirmar que los Charrúas no practicaban el canibalismo ni siquiera en sus rituales o ceremonias.

Se sabe que sus mujeres se amputaban las falanges de sus dedos en señal de duelo y que los hombres se traspasaban la piel con espinas de pescado por el mismo motivo.

Por lo tanto, o los compañeros de Solís habían mentido, o no eran Charrúas los que lo mataron.

Tampoco se conocieron costumbres caníbales entre las otras tribus que habitaban el lugar, por lo que el historiador se afirmó más en su suposición de que los marineros supervivientes de Solís falsearon los hechos, tal vez para justificar el no haber acudido en su ayuda.

En este caso la muerte del descubridor se transformó para Almagro en un misterio que estaba dispuesto a continuar investigando para intentar resolverlo.

 

ENRIQUE DEMATTEIS

Nota: El protagonista de este relato es un personaje ficticio. Está basado en un hecho real donde un marinero de la flota de Solís permaneció conviviendo con los charrúas hasta el arribo de Gaboto.

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Levedad de las piedras

PRESENTACIÓN
Ars poética: siempre el mar

   Recuerdo perfectamente la primera vez que vi el mar. Quiero decir, no sabía que esa masa plana que se extendía hasta el horizonte y que se movía como un animal inmenso, en cuyo lomo pastaban las ovejitas de las olas, era el famoso mar. Poco después descubrí sus adyacencias: los animales marinos reales e imaginarios: peces, caracoles, endriagos, marineros y bañistas.
Más tarde descubrí que la poesía era otro mar, aún más profundo.
Me acerqué a la poesía leyendo a los autores del Siglo de Oro (o de los siglos de oro, puesto que puede decirse que fueron varios). Luego descubrí una poesía de comunicación inmediata, sin efectismos, en la obra del uruguayo Líber Falco.
En la adolescencia estuvo siempre Lautreamont (L’autre a` Montevideo, el otro en Montevideo). Isidore Ducasse fue un abuelo literario, una sombra tutelar y un desafío: ¿qué era aquello? ¿poesía? ¿así que era posible hacer poesía de ese modo? Lautreamont fue liberador, pero fue también un enorme compromiso, con la irracionalidad humana pero a la vez con la lucidez y racionalidad para convertirla en producto estético, para “sublimarla”.
Vallejo es otra referencia ineludible. Cuando ya parecía que no se podía mucho más, Vallejo demostró que el más allá es móvil, que puede trazarse de nuevo siempre.
Ese horizonte, móvil como todo horizonte, es la única preceptiva posible.

Rafael Courtoisie

 

De Levedad de las piedras (Antología de poesía en prosa)

Selección de Mario Meléndez

 

CRIATURAS DE U

En el Jardín de los Cerezos crecen cráneos de lo alto de los árboles, manzanas tremebundas: de la blanda vulva de la fruta sólo queda el olvido. Los niños se trepan y desde la fronda tiran inútiles esferas de granito. Las madres hacen dulce, un compacto dulce de arena que junto con su almíbar polvoriento, harto de sequedad, va a parar a los acantilados, donde las ballenas muerden y se rompen los dientes.

 

 

MUJERES

Algunas mujeres se consuelan con dedos que arrancan de las estatuas.
Un lago tibio les crece entre las piernas y en el fondo del lago colean pececillos y se escurre en lo profundo su rojez partida en dos. El pulpo, como una estrella blanda sumergida, recibe al anular y provoca una estampida de puntas de peces y arenas del temblor que desmoronan.
Las mujeres acaban exhaustas y en los lúbricos dedos de mármol, brillantes de humedad del lago, se entibian y boquean, hasta morir, algunos pececillos adheridos.

 

 

LOS TRADUCTORES EN UMBRÍA

Cualquiera que en Umbría traduzca un texto de otra lengua transforma el lenguaje. El producto de traducción, lo traducido, introduce una distorsión en la realidad de Umbría que la modifica en forma irreversible. Por esta razón los traductores guardan el secreto de su oficio y son celosamente custodiados. Quienes espontáneamente traducen a lengua de Umbría cualquier texto sin autorización, son ejecutados. La expresión «traición a la patria» y la expresión«traducción a la lengua de la patria» no guardan diferencia en la lengua de Umbría. Cualquier traducción, cualquier vertido de un vocablo extraño, se considera una traición porque altera el Orden de Umbría, que es su universo.

 

 

EL RESPLANDOR

La muerte de O provoca un río en la muerte, una cavidad de luz. La gente tapa las bocas de los pozos, y cubre los aljibes, mira hacia arriba para no encandilarse. Pero de noche nadie puede dormir, porque por las junturas de las tablas del piso, y aun de entre las caries de los mármoles de los palacios, sale jugosa luz de O que nadie ignora. En algún sitio de una inmensa pradera negra, relinchan osamentas de caballo, y fosforecen furiosas las hormigas.

Rielan los huesos de O toda la noche.

 

 

EL POZO ENVENENADO

Entre las mujeres que vuelven a Umbría hay una que tiene los pechos llenos de un agua de negrura. Su ferocidad se escancia, su voz está llena de humo. El que la conoció antes de volver se atora con su sueño, muere de sed cada noche sobre su piedra de agua, sobre su piedra luminosa, sobre su piedra de bestias desamparadas que van a beber allí, al pie de su murmullo.

El lugar de las mujeres que vuelven está lleno de mujeres que no están.

El lugar de las mujeres que vuelven tiene una sola calle en cuyo extremo hay una fuente llena de sed entre las piernas de la mujer que no está.

Mientras ella, recostada, lánguida, no se ha movido de su sitio y contempla lo que ocurre, sin haber vuelto, sin haber dejado de irse.

Sin mirar.

 

 

CRIATURAS DE U

La palabra «rana» salta sobre su sombra: la piel lisa, las extremidades exageradas, el vientre blando y un hilo líquido, largo como un tallo de pensamientos.
Después, húmeda de saliva, la rana crece en las bocas que la nombran.
Un muerto sin sexo deriva en las arterias, en los ríos interiores que el batracio agita en cada salto, en la electricidad que mueve la pierna de la rana aún no cortada y después de cortada, en el reflejo.
El salto derrama verdura de las eras.
Ese lomo humoroso, en el arco del salto, enfrentado al sol, es solamente una profundidad.

Al cesar el salto, al tocar el suelo, el cuerpo de la rana recupera su centro fijo. La sustancia, al verterse, se ajusta con su molde. Cuando la rana está en el aire, es solamente una idea suspensa sobre el charco. Una figura en el vapor de la inminencia.
En el instante de tocar tierra, el fondo vuelve a hartarse de la forma: una lluvia vespertina se endurece y la rana coincide exactamente con su cuerpo.
Por fin en la orilla del charco, Hoja de Carne.

 

 

LOS TRADUCTORES EN UMBRÍA II

En Umbría no existe la palabra «hueso». Todos los seres de Umbría son amorfos y gelatinosos. En las selvas de Umbría, como inmensas amebas terrestres que aterrorizan a los seres con su grito blando, se dispersan fofos elefantes que apenas pueden arrastrarse. Son enormes moluscos de carne que se pudren en el bosque, sin colmillos de marfil, sin pena.
Las antenas de caracol de la mole de carne huelen el horizonte.
Las peleas entre dos machos por una hembra son un intercambio anodino de quejidos. Existen seres cubiertos de queratina, con esqueleto externo, como los insectos; y las víboras, que cambian de piel en cada temporada; y los peces, que regalan escamas a la profundidad.
Un traductor introduce la palabra «hueso» en el idioma y todo comienza a cambiar en Umbría: los elefantes se yerguen en la selva, las blandas antenas de caracol tornan en poderosos incisivos, los animales demuelen los árboles y mascan la hierba. El molusco altera su idea córnea, apenas encallecida, hasta un profundo cráneo intrincado, pequeño en proporción, donde conserva una memoria inaudita de todas las cosas. Por ella recuerda, incluso, el momento en que no existía la palabra «hueso» y el mundo era mayormente flojo.
Por eso, los elefantes de Umbría buscan lugares tranquilos para morir, lejos de los caminos, en los sitios en que pueden echarse a agonizar con alegría, para volver a la tierra y expandirse sin límite ni forma, como si recuperaran su estado primitivo y volvieran a ser una gota de agua gris, un agua monumental de piel muy gruesa.

 

CRUELES

Los Crueles de Umbría forman racimos sombríos, desgranados en las calles, racimos cuyas cabezas de uva negra, aun intactos, pudren su interior y fermentan un vino inconveniente, una bebida turbia que embriaga sin volcarse, que no se derrama sino en acciones zafias.
Niños torcidos de ocho y diez años colocan un clavo herrumbrado en la punta de un palo y con él hostigan a los perros callejeros. Niños torcidos y adultos de alma menor, cuyo goce siniestro consiste en demorarse con el mal, castigan a caballos que tiran de carros de plomo, degüellan a los gatos que les recuerdan antiguas mujeres que conocieron en vidas anteriores, y siembran vidrio picado en la arena de los parques.

 

 

CRUELES

Una mujer deja cebos envenenados en los árboles inmediatos a su casa, para que los gatos que de noche la despiertan con sus maullidos de amor y las gatas servidas no la mortifiquen con sus gritos de goce gatuno y le recuerden, de madrugada, su propia falta de placer.
Minuciosa, vierte leche con estricnina en pequeños platos, deja bolitas de avena con oxalato de calcio, albóndigas con un carozo negro dentro, con un carozo donde está la muerte pura y pequeña, llena de frío absoluto. Los gatos comen y beben, y al otro día los cadáveres aparecen en los jardines. Son cadáveres aéreos, voladores, puesto que muchos de ellos murieron en el momento del salto, o en el salto mucho mayor del apareamiento, de la cópula. Muchos, atontados por el trago de veneno, se levantan de su primera muerte e inician la cuenta regresiva: la muerte les acarició los lomos, pero las otras vidas se les despiertan dentro dejándoles otra posibilidad de vagabundeo, de maullido y amor que contrariará la Perfidia de Umbría.

 

 

CRIATURAS DE U

Algunos murciélagos se encuentran encaramados en el interior de las torres, prendidos a las grietas de los techos en racimos, durante el día.
Trocitos de carne oscura, ángeles diurnos, copos de nieve tibia.
U estira la mano y desprende esas frutas oscuras, palpitantes en su capullo membranoso, acaricia el terciopelo negro que las cubre, delgado y soberbio como una piel de durazno, pero algo más duro y húmedo, como el recubrimiento de un cuerpo interior en suspensión, como un órgano sin cuerpo.
U siente el ronquido y la respiración tranquila que alcanza todo animal no vidente durante el día, U cosecha esas frutas casi humanas, vivientes, que se parecen al deseo no cumplido.

Y U las muerde, como a una manzana negra.

 

 

LOS COMEDORES DE PIEDRA

La poesía es un agua de hablar estando solo, un agua perfectamente callada en Umbría, un agua que ilumina los tesoros escondidos en el interior de pequeños pedruscos atravesados por gusanos amarillos.
Estas orugas comen polvo de piedra y de esa dureza, de esa perpetuidad agujereada, edifican su ciudad amarga, sus calles en pendiente, su odisea sin pasos, reptante entre una hierba petrificada que crece más alta que el miedo y más grande que el día.
A pesar de su extraordinaria consistencia, hecha de nudos y motas de polvo unidas por saliva del acto masticatorio, litófago, la poesía lleva en su centro un punto inevitable de blandura. Así anima la prole al estropicio, a la masticación de gotas macizas de silencio.
La saliva que secretan esas larvas es tan poderosa que puede disolver el mármol y partir las extremas espinas de luz que nimban en el pórfido.
La poesía barreno de diamante, boca de gusano mordedor, acaba por minar la raíz de la dureza, su carozo parco ensimismado.
Y así, siendo invisible y pequeña, aun siendo agua de la boca de un gusano, la poesía termina por devorar la manzana de Umbría, su corazón de pulpa de basalto.

Al fin, jugosa, trepida y se come la piedra.

 

 

Rafael Courtoisie (Montevideo, Uruguay, 1958). Poeta, narrador y ensayista. Miembro de número de la Academia Nacional de Letras. Acaba de aparecer, en España, su libro El lugar de los deseos (Valencia, editorial pre-textos) y la segunda edición (en Uruguay, 1ª edición en España) de Partes de todo(ensayo-poesía). Ha dictado seminarios y conferencias en numerosas universidades e instituciones de España, Inglaterra, Francia, Italia, Israel, Grecia, Turquía, Bosnia, Canadá, Estados Unidos y América Latina. Ha recibido, entre otros, el Premio Fundación Loewe de Poesía (España, Editorial Visor, jurado presidido por Octavio Paz), el Premio Plural (México, jurado presidido por Juan Gelman), el Premio de Poesía del Ministerio de Cultura del Uruguay, el Premio Nacional de Narrativa, el Premio de la Crítica de Narrativa, el Premio Internacional Jaime Sabines (México), el Premio Blas de Otero (España), el Premio Internacional de Poesía José Lezama Lima (Cuba) por su libro Tiranos temblad y el Premio Casa de América (España) por su obra Parranda.

 

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Rafael Courtoisie

El combate de la tapera

El combate de la Tapera de Eduardo Acevedo es un espléndido cuadro épico. Es realmente admirable cómo el autor logra trasmitir un intenso sentimiento nacional pero dejando actuar solos a los actores del drama. En esta pequeña obra maestra, triunfa plenamente la objetividad narrativa. El autor no se permite ni siquiera un mínimo comentario. Tampoco el análisis o sondeo sicológico. Todo está dado desde afuera, por lo descriptivo y narrativo puros. Pero desde esa exterioridad se llega a la interioridad de los personajes. Estos, ásperos y bravíos, primitivos, pero por primitivos puros, adquieren impresionante dimensión heroica. Parece innecesario subrayar, porque golpea tras la más somera lectura, que todo el relato es una maravilla visual y sensorial.

tapera

 

Era después del desastre del Catalán, más de setenta años hace.
Un tenue resplandor en el horizonte quedaba apenas de la luz del día.
La marcha había sido dura, sin descanso.
Por las narices de los caballos sudorosos escapaban haces de vapores, y se hundían y dilataban alternativamente sus ijares como si fuera poco todo el aire para calmar el ansia de los pulmones.
Algunos de estos generosos brutos presentaban heridas anchas en los cuellos y pechos, que eran desgarraduras hechas por la lanza o el sable.
En los colgajos de piel había salpicado el lodo de los arroyos y pantanos, estancando la sangre.
Parecían jamelgos de lidia, embestidos y maltratados por los toros. Dos o tres cargaban con un hombre a grupas, además de los jinetes, enseñando en los cuartos uno que otro surco rojizo, especie de líneas trazadas por un látigo de acero, que eran huellas recientes de las balas recibidas en la fuga.
Otros tantos, parecían ya desplomarse bajo el peso de su carga, e íbanse quedando a retaguardia con las cabezas gachas, insensibles a la espuela.
Viendo esto el sargento Sanabria gritó con voz pujante:
-¡Alto!
El destacamento se paró.
Se componía de quince hombres y dos mujeres; hombres fornidos, cabelludos, taciturnos y bravíos; mujeres-dragones de vincha, sable corvo y pie desnudo.
Dos grandes mastines con las colas barrosas y las lenguas colgantes, hipaban bajo el vientre de los caballos, puestos los ojos en el paisaje oscuro y siniestro del fondo de donde venían, cual si sintiesen todavía el calor de la pólvora y el clamoreo de guerra.
Allí cerca, al frente, percibíase una «tapera» entre las sombras. Dos paredes de barro batido sobre «tacuaras» horizontales, agujereadas y en parte derruidas; las testeras, como el techo, habían desaparecido.
Por lo demás, varios montones de escombros sobre los cuales crecían viciosas las hierbas; y a los costados, formando un cuadro incompleto, zanjas semicegadas, de cuyo fondo surgían saúcos y cicutas en flexibles bastones ornados de racimos negros y flores blancas.
-A formar en la tapera -dijo el sargento con ademán de imperio-. Los caballos a retaguardia con las mujeres, a que pellizquen. .. ¡Cabo Mauricio! haga echar cinco tiradores vientre a tierra, atrás del cicuta!… Los otros adentro de la tapera, a cargar tercerolas y trabucos. ¡Pie a tierra dragones, y listo, canejo!
La voz del sargento resonaba bronca y enérgica en la soledad del sitio.
Ninguno replicó.
Todos traspusieron la zanja y desmontaron, reuniéndose poco a poco.
Las órdenes se cumplieron. Los caballos fueron maneados detrás de una de las paredes de lodo seco, y junto a ellos se echaron los mastines resollantes. Los tiradores se arrojaron al suelo a espaldas de la hondonada cubierta de malezas, mordiendo el cartucho; el resto de la extraña tropa distribuyose en el interior de las ruinas que ofrecían buen número de troneras por donde asestar las armas de fuego; y las mujeres, en vez de hacer compañía a las transidas cabalgaduras, pusiéronse a desatar les sacos de munición o pañuelos llenos de cartuchos deshechos, que los dragones llevaban atados a la cintura en defecto de cananas.
Empezaban afanosas a rehacerlos, en cuclillas, apoyadas en las piernas de los hombres, cuando caía ya la noche.
-Naide pite -dijo el sargento-. Carguen con poco ruido de baqueta y reserven los naranjeros hasta que yo ordene… Cabo Mauricio! vea que esos mandrias no se duerman si no quieren que les chamusque las cerdas… ¡Mucho ojo y la oreja parada!
-Descuide, sargento -contestó el cabo con gran ronquera-; no hace falta la advertencia, que aquí hay más corazón que garganta de sapo.
Transcurrieron breves instantes de silencio.
Uno de los dragones, que tenía el oído en el suelo, levantó la cabeza y .murmuró bajo:
-Se me hace tropel. . . Ha de ser caballería que avanza.
Un rumor sordo de muchos cascos sobre la alfombra de hierbas cortas, empezaba en realidad a percibirse distintamente.
-Armen cazoleta y aguaiten, que ahí vienen los portugos. ¡Va el pellejo, barajo! Y es preciso ganar tiempo a que resuellen los mancarrones. Ciriaca, ¿te queda caña en la mimosa?
-Está a mitad -respondió la aludida, que era una criolla maciza vestida a lo hombre, con las greñas recogidas hacia arriba y ocultas bajo un chambergo incoloro de barboquejo de lonja sobada-. Mirá, güeno es darles un trago a los hombres..
-Dales chinaza a los de avanzada, sin pijotearles.
Ciriaca se encaminó a los saltos, evitando las «rosetas», agachóse y fue pasando e1 «chifle» de boca en boca.
Mientras esto hacia, el dragón de un flanco le acariciaba las piernas y el otro le hacía cosquillas en el seno, cuando ya no era que le pellizcaba alguna forma más mórbida, diciendo: «¡luna llena!».
-¡Te ha de alumbrar muerto, zafao! -contestaba ella riendo al uno; y al otro: -¡largá lo ajeno, indino!- y al de más allá: -¡a ver si aflojás el chisme, mamón!
Y repartía cachetes.
-¡Poca vara alta quiero yo! -gritó el sargento con acento estentóreo-. Estamos para clavar el pico, y andan a los requiebros, golosos. ¡Apartáte Ciriaca, que aurita no mas chiflan las redondas!
En ese momento acrecentose el rumor sordo, y sonó una descarga entre voceríos salvajes.
El pelotón contestó con brío.
La tapera quedó envuelta en una densa humareda sembrada de tacos ardiendo; atmósfera que se disipó bien pronto para volverse a formar entre nuevos fogonazos y broncos clamoreos.
II

En los intervalos de las descargas y disparos, oíase el furioso ladrido de los mastines haciendo coro a los ternos y crudos juramentos.
Un semicírculo de fogonazos indicaba bien a las claras que el enemigo había avanzado en forma de media luna para dominar la tapera con su fuego graneado.
En medio de aquel tiroteo, Ciriaca se lanzó fuera con un atado de cartuchos en busca de Mauricio.
Cruzó el corto espacio que separaba a éste de la tapera, en cuatro manos, entre silbidos siniestros.
Los tiradores se revolvían en los pastos como culebras, en constante ejercicio de baquetas.
Uno estaba inmóvil, boca abajo.
La china le tiró de la melena, y notola inundada de un líquido caliente.
-¡Mírá! -exclamó-, le ha dao en el testuz.
-Ya no traga saliva -añadió el cabo-. ¿Trujiste pólvora?
-Aquí hay y balas para hacer tragar a los portugos. Lástima que estea oscuro… ¡Cómo tiran esos mandrias!
Mauricio descargó su carabina.
Mientras extraía otro cartucho del saquillo dijo mordiéndolo:
-Antes que éste, ya quisieran ellos otro calor. ¡Ah, si te agarran, Ciriaca! A la fija que te castigan como a Fermina.
-¡Que vengan por carne! -barbotó la china.
Y esto diciendo, echó mano a la tercerola del muerto, que se puso a baquetear con gran destreza.
-¡Fuego! -rugía la voz del sargento-. Al que afloje lo degüello con el mellao.

III

Las balas que penetraban en la tapera, habían dado ya en tierra con tres hombres. Algunas, perforando el débil muro de lodo, hirieron y derribaron varios de los transidos matalotes.
La segunda de las criollas, compañera de Sanabria, de nombre Catalina, cuando más recio era el fuego que salía del interior por las troneras improvisadas, escurrióse a manera de tigra por el cicutal, empuñando la carabina de uno de los muertos.
Era Cata -como la llamaban- una mujer fornida y hermosa, color de cobre, ojos muy negros velados por espesas pestañas, labios hinchados y rojos, abundosa cabellera, cuerpo de un vigor extraordinario, entraña dura y acción sobria y rápida. Vestía blusa y chiripá y llevaba el sable a la bandolera.
La noche estaba muy oscura, llena de nubes tempestuosas; pero los rojos culebrones de las alturas o grandes «refucilos» en lenguaje campesino, alcanzaban a iluminar el radio que el fuego de las descargas dejaba en las tinieblas.
Al fulgor del relampagueo, Cata pudo observar que la tropa enemiga había echado pie a tierra y que los soldados hacían sus disparos de «mampuesta» sobre el lomo de los caballos, no dejando más blanco que sus cabezas.
Algunos cuerpos yacían tendidos aquí y allá. Un caballo moribundo con los cascos para arriba se agitaba en convulsiones sobre su jinete muerto.
De vez en cuando un trompa de órdenes lanzaba sones precipitados de atención y toques de guerrilla, ora cerca, ya lejos, según la posición que ocupara su jefe.
Una de esas veces, la corneta resonó muy próxima.
A Cata le pareció por el eco que el resuello del trompa no era mucho, y que tenía miedo.
Un relámpago vivisimo bañó en ese instante el matorral y la loma, y permitiole ver a pocos metros al jefe del destacamento portugués que dirigía en persona un despliegue sobre el flanco, montado en un caballo tordillo.
Cata, que estaba encogida entre los saúcos, lo reconoció al momento.
Era el mismo; el capitán Heitor, con su morrión de penacho azul, su casaquilla de alamares, botas largas de cuero de lobo, cartera negra y pistoleras de piel de gato.
Alto, membrudo, con el sable corvo en la diestra, sobresalía con exceso de la montura, y hacia caracolear su tordillo de un lado a otro, empujando con los encuentros a los soldados para hacerlos entrar en fila.
Parecía iracundo, hostigaba con el sable y prorrumpía en denuestos. Sus hombres, sin largar los cabestros y sufriendo los arranques y sacudidas de los reyunos alborotados, redoblaban el esfuerzo, unos rodilla en tierra, otros escudándose en las cabalgaduras.
Chispeaba el pedernal en las cazoletas en toda la línea, y no pocas balas caían sin fuerza a corta distancia, junto al taco ardiendo.
Una de ellas dio en la cabeza de Cata, sin herirla, pero derribándola de costado.
En esa posición, sin lanzar un grito, empezó a arrastrarse en medio de las malezas hacia lo intrincado del matorral, sobre el que apoyaba su ala Heitor.
Una hondonada cubierta de breñas favorecía sus movimientos.
En su avance de felino, Cata llegó a colocarse a retaguardia de la tropa, casi encima de su jefe.
Oía distintamente las voces de mando, los lamentos de los heridos, y las frases coléricas de los soldados, proferidas ante una resistencia inesperada, tan firme como briosa.
Veía ella en el fondo de las tinieblas la mancha más oscura aún que formaba la tapera, de la que surgían chisporroteos continuos y lúgubres silbidos que se prolongaban en el espacio, pasando con el plomo mortífero por encima del matorral; a la vez que percibía a su alcance la masa de asaltantes al resplandor de sus propios fogonazos, moviéndose en orden, avanzando o retrocediendo, según las voces imperativas.

IV

De la tapera seguían saliendo chorros de fuego entre una humareda espesa que impregnaba el aire de fuerte olor a pólvora.
En el drama del combate nocturno, con sus episodios y detalles heroicos, como en las tragedias antiguas, había un coro extraño, lleno de ecos profundos, de esos que solo parten de la entraña herida. Al unísono con los estampidos, oíanse gritos de muerte, alaridos de hombre y de mujer unidos por la misma cólera, sordas ronqueras de caballos espantados, furioso ladrar de perros; y cuando la radiación eléctrica esparcía su intensa claridad sobre el cuadro, tiñéndolo de un vivo color amarillento, mostraba al ojo del atacante, en medio del nutrido boscaje, dos picachos negros de los que brotaba el plomo, y deformes bultos que se agitaban sin cesar como en una lucha cuerpo a cuerpo. Los relámpagos sin serie de retumbos, a manera de gigantescas cabelleras de fuego desplegando sus hebras en el espacio lóbrego, contrastaban por el silencio con las rojizas bocanadas de las armas seguidas de recias detonaciones. El trueno no acompañaba al coro, ni el rayo como ira del cielo la cólera de los hombres. En cambio, algunas gruesas gotas de lluvia caliente golpeaban a intervalos en los rostros sudorosos sin atenuar por eso la fiebre de la pelea.
El continuo choque de proyectiles había concluido por desmoronar uno de los tabiques de barro seco, ya débil y vacilante a causa de los ludimientos de hombres y de bestias, abriendo ancha brecha por la que entraban las balas en fuego oblicuo.
La pequeña fuerza no tenía más que seis soldados en condiciones de pelea. Los demás habían caído uno en pos del otro, o rodado heridos en la zanja del fondo, sin fuerzas ya para el manejo del arma.
Pocos cartuchos quedaban en los saquillos.
El sargento Sanabria empuñando un trabuco, mandó cesar el fuego, ordenando a sus hombres que se echaran de vientre para aprovechar sus últimos tiros cuando el enemigo avanzase.
-Ansi que se quemen ésos -añadió- monte a caballo el que pueda, y a rumbear por el lao de la cuchilla … Pero antes, naide se mueva si no quiere encontrarse con la boca de mi trabuco… ¿Y qué se han hecho las mujeres? No veo a Cata…
-Aquí hay una -contestó una voz enronquecida-. Tiene rompida la cabeza, y ya se ha puesto medio dura…
-Ha de ser Ciriaca.
-Por lo motosa es la mesma, a la fija.
-¡Cállense! -dijo el sargento.
El enemigo había apagado también sus fuegos, suponiendo una fuga, y avanzaba hacia la «tapera».
Sentíase muy cercano ruido de caballos, choque de sables y crujido de cazoletas.
-No vienen de a pie -dijo Sanabria- ¡Menudeen bala!
Volvieron a estallar las descargas.
Pero, los que avanzaban eran muchos, y la resistencia no podía prolongarse.
Era necesario morir o buscar la salvación en las sombras y en la fuga.
El sargento Sanabria descargó con un bramido su trabuco.
Multitud de balas silbaron al frente; las carabinas portuguesas asomaron casi encima de la zanja sus bocas a manera de colosales tucos, y una humaza densa circundó la «tapera» cubierta de tacos inflamados.
De pronto, las descargas cesaron.
Al recio tiroteo se siguió un movimiento confuso en la tropa asaltante, choques, voces, tumultos, chasquidos de látigos en las tinieblas, cual si un pánico repentino la hubiese acometido; y tras esa confusión pavorosa algunos tiros de pistola y frenéticas carreras, como de quienes se lanzan a escape acosados por el vértigo.
Después un silencio profundo.
Solo el rumor cada vez más lejano de la fuga, se alcanzaba a percibir en aquellos lugares desiertos, y minutos antes animados por el estruendo. Y hombres y caballerías, parecían arrastrados por una tromba invisible que los estrujara con cien rechinamientos entre sus poderosos anillos.
V

Asomaba una aurora gris-cenicienta, pues el sol era impotente para romper la densa valla de nubes tormentosas, cuando una mujer salía arrastrándose sobre manos y rodillas del matorral vecino; y ya en su borde, que trepó con esfuerzo, se detenía sin duda a cobrar alientos, arrojando una mirada escudriñadora por aquellos sitios desolados.
Jinetes y cabalgaduras entre charcos de sangre, tercerolas, sables y morriones caídos acá y acullá, tacos todavía humeantes, lanzones mal encajados en el suelo blando de la hondonada con sus banderolas hechas flecos, algunos heridos revolviéndose en las hierbas, lívidos, exangües, sin alientos para alzar la voz; tal era el cuadro en el campo que ocupó el enemigo.
El capitán Heitor, yacía boca abajo junto a un abrojal ramoso.
Una bala certera disparada por Cata lo había derribado de los lomos en mitad del asalto, produciendo el tiro y la caída, la confusión y la derrota de sus tropas, que en la oscuridad se creyeron acometidas por la espalda.
Al huir aturdidos, presos de un terror súbito, descargaron los que pudieron sus grandes pistolas sobre las breñas, alcanzando a Cata un proyectil en medio del pecho.
De ahí le manaba un grueso hilo de sangre negra.
El capitán aún se movía. Por instantes se crispaba violento, alzándose sobre los codos, para volver a quedarse rígido. La bala le había atravesado el cuello, que tenía todo enrojecido y cubierto de cuajarones.
Revolcado con las ropas en desorden y las espuelas enredadas en la maleza, era el blanco del ojo bravío y siniestro de Cata, que a él se aproximaba en felino arrastre con un cuchillo de mango de asta en la diestra.
Hacia el frente, vejase la tapera hecha terrones; la zanja con el cicutal aplastado por el peso de los cuerpos muertos; y allá en el fondo, donde se marearon los caballos, un montón deforme en que sólo se descubrían cabezas, brazos y piernas de hombres y matalotes en lúgubre entrevero.
El llano estaba solitario. Dos o tres de los caballos que habían escapado a la matanza, mustios, con los ijares hundidos y los aperos revueltos, pugnaban por triscar los pastos a pesar del freno. Saliales junto a las coscojas un borbollón de espuma sanguinolenta.
Al otro flanco, se alzaba un monte de talas cubierto en su base de arbustos espinosos.
En su orilla, como atisbando la presa, con los hocicos al viento y las narices muy abiertas, ávidas de olfateo, medía docena de perros cimarrones iban y venían inquietos lanzando de vez en cuando sordos gruñidos.
Catalina, que había apurado su avance, llegó junto a Heitor, callada, jadeante, con la melena suelta como un marco sombrío a su faz bronceada: reincorporose sobre sus rodillas, dando un ronco resuello, y buscó con los dedos de su izquierda el cuello del oficial portugués, apartando e1 liquido coagulado de los labios de la herida.
Si hubiese visto aquellos ojos negros y fijos; aquella cabeza crinuda inclinada hacia él, aquella mano armada de cuchillo, y sentido aquella respiración entrecortada en cuyos hálitos silbaba el instinto como un reptil quemado a hierro, el brioso soldado hubiérase estremecido de pavura.
Al sentir la presión de aquellos dedos duros como garras, el capitán se sacudió, arrojando una especie de bramido que hubo de ser grito de cólera; pero ella, muda e implacable, introdujo allí el cuchillo, lo revolvió- con un gesto de espantosa saña, y luego cortó con todas sus fuerzas, sujetando bajo sus rodillas la mano de la víctima, que tentó alzarse convulsa.
-Al ñudo ha de ser! -rugió el dragón-hembra con ira reconcentrada.
Tejidos y venas abriéronse bajo el acerado filo hasta la tráquea, la cabeza se alzó besando dos veces el suelo, y de la ancha desgarradura saltó- en espeso chorro toda la sangre entre ronquidos.
Esa lluvia caliente y humeante batió el seno de Cata, corriendo hasta el suelo.
Soportola inmóvil, resollante, hoscosa, fiera; y al fin, cuando el fornido cuerpo del capitán cesó de sacudirse quedándose encogido, crispado, con las uñas clavadas en tierra, en tanto el rostro vuelto hacia arriba enseñaba con la boca abierta y los ojos saltados de las órbitas, el ceño iracundo de la última hora, ella se pasó el puño cerrado por el seno de arriba abajo con expresión de asco, hasta hacer salpicar los coágulos lejos, y exclamó con indecible rabia:
-¡Que la lamban los perros!
Luego se echó de bruces, y siguió arrastrándose hasta la tapera.
Entonces, los cimarrones coronaron la loma, dispersos, a paso de fiera, alargando cuanto podían sus pescuezos de erizados pelos como para aspirar mejor el fuerte vaho de los declives.
VI

Algunos cuervos enormes, muy negros, de cabeza pelada y pico ganchudo, extendidas y casi inmóviles las alas, empezaban a poca altura sus giros en el espacio, lanzando su graznido de ansia lúbrica como una nota funeral.
Cerca de la zanja, vejase un perro cimarrón con el hocico y el pecho ensangrentados. Tenía propiamente botas rojas, pues parecía haber hundido los remos delanteros en el vientre de un cadáver.
Cata alargó el brazo, y lo amenazó con el cuchillo. El perro gruñó, enseñó el colmillo, el pelaje se le erizo en el lomo y bajando la cabeza preparose a acometer, viendo sin duda cuán sin fuerzas se arrastraba su enemigo.
-¡Vení, Canelón! -gritó Cata colérica, como si llamara a un viejo amigo- ¡A él, Canelón…
Y se tendió, desfallecida…
Allí, a poca distancia, entre un montón de cuerpos acribillados de heridas, polvorientos, inmóviles con la profunda quietud de la muerte, estaba echado un mastín de piel leonada como haciendo la guardia a su amo.
Un proyectil le había atravesado las paletas en su parte superior, y parecía postrado y dolorido.
Más lo estaba su amo. Era éste el sargento Sanabria, acostado de espaldas con los brazos sobre el pecho, y en cuyas pupilas dilatadas vagaba todavía una lumbre de vida.
Su aspecto era terrible.
La barba castaña recia y dura, que sus soldados comparaban con el borlón de un toro, aparecía teñida de roji-negro.
Tenía una mandíbula rota, y los dos fragmentos del hueso saltado hacia afuera entre carnes trituradas.
En el pecho, otra herida. Al pasarle el plomo el tronco, habíale destrozado una vértebra dorsal.
Agonizaba tieso, aquel organismo poderoso.
Al gritó de Cata, el mastín que junto a él estaba, parecía salir de su sopor; fuese levantando trémulo, como entumecido, dio algunos pasos inseguros fuera del cicutal y asomó la cabeza…
El cimarrón bajó la cola y se alejó relamiéndose los bigotes, a paso lento, importándole más el festín que la lucha. Merodeador de las breñas, compañero del cuervo, venía a hozar en las entrañas frescas, no a medirse en la pelea.
Volviose a su sitio el mastín, y Cata llegó a cruzar la zarja y dominar el lúgubre paisaje.
Detuvo en Sanabria, tendido delante, sobre lecho de cicutas, sus ojos negros, febriles, relucientes, con una expresión intensa de amor y de dolor.
Y arrastrándose siempre llegose a él, se acostó a su lado, tomó alientos, volviose a incorporar con un quejido, lo besó ruidosamente, apartole las manos del pecho, cubriole con las dos suyas le herida y quedose contemplándole con fijeza, cual si observara como se le escapaba a él la vida y a ella también.
Nublábansele las pupilas al sargento, y Cata sentía que dentro de ella aumentaba el estrago en las entrañas.
Giró en derredor la vista quebrada ya, casi exangüe, y pudo distinguir a pocos pasos una cabeza desgreñada que tenía los sesos volcados sobre los párpados a manera de horrible cabellera. El cuerpo estaba hundido entre las breñas.
-¡Ah!… ¡Ciriaca! -exclamó con un hipo violento.
En seguida extendió los brazos, y cayó a plomo sobre Sanabria.
El cuerpo de éste se estremeció; y apagase de súbito el pálido brillo de sus tilos.
Quedaron formando cruz, acostados sobre la misma charca, que Canelón olfateaba de vez en cuando entre hondos lamentos.

Eduardo Acevedo Díaz
Antología del cuento uruguayo
Arturo S. Visca
Ediciones de la Banda Oriental
Montevideo – 1968

Becho es el aire

Carlos Julio «Becho» Eizmendi

Por Lorenzo Olivera

Cuando estuve trabajando en Lascano, el hombre ya no estaba, porque el estaba trillando el mundo, gracias a las malas intenciones que tenían para con él, algunos integrantes del gobierno cívico militar (1973 – 1985).

La gente de su pueblo es la menos rochense de toda Rocha, porque la fiebre del oro blanco, más conocido como arroz, trajo trabajadores y capitales de todos lados de la república.

Carlos Julio Eizmendi Lovisetto, más conocido como ‘Becho’

Era la época en que iba la COLT, un ómnibus que salía de lo que era la Cita e iba levantando pasaje, léase bagayeros, por toda la ruta 8, 13, 15, 19 y seguía hasta el Chuy. Salía de Montevideo a las 11:30 p.m. y llegaba a Lascano a las 5 a. m. Si no rompía. Si rompía había que esperar. La Onda llegaba como a las 10 a.m.

La Onda, para llegar a la plaza, daba una vuelta por los alrededores del pueblo y había un loco, de esos que hay muchos en los pueblos cercanos a la frontera, creo yo, que son producto de la caña branca Velho Barreiro y alguna otra, que resulta más barato comprar esas cañas para prender el primus que comprar alcohol azul.

Desesperado por tener noticias de la capital me tiraba hasta el quiosco y Aurelia me decía, todavía no llegó el diario que viene en la Onda y el loco Macario no gritó.
Efectivamente era así, cuando aparecía la Onda el loco empezaba a los gritos y a los saltos. Detalles como esos había varios en Lascano y algunos se remontan a la época de Becho.

En el interior la II Guerra Mundial se vivía muy intensamente. Si lo pensamos bien Lascano sería de los últimos lugares del mundo en que los alemanes se preocuparían en tomar, pero el tema no estaba ahí, sino en el racionamiento de los combustibles y un montón de limitaciones que se le hacía a los habitantes de esta pacífica tierra.
En aquella época en que Becho paseaba el violín con el estuche atado con piolines, cuando llegaba la Onda había otro loco que iba transmitiendo los conocidos que iban llegando al pueblo.

El mostrador del boliche, restaurante, confitería, agencia de informes de todo tipo, marca y señal, estaba lleno de colleras de grappas y cañas, grappas y cañas cortadas y alguna bagaceira entreverada y por qué no, algún Mansión House también.
Y el loco anunciador dijo “Cayó Berlín” y en el boliche se las tomaban sin respirar casi y sírvale y póngale y faltaba más esta vuelta es mía, hasta que nunca falta un aclarador, para desgracia del bolichero, el que había caído al pueblo, era Berlín, sí, pero Berlín Graña.

No sé como estará el pueblo ahora, pero no creo que el Chueco Barrios lo haya cambiado mucho. El Fogón seguirá siendo el Fogón, centro cultural espirituoso y masticatorio y el Hotel de enfrente con aquel mirlo que chiflaba tan lindo y por favor no preguntar por la cantidad de estrellas del hotel. El Palito seguirá siendo el Palito, si no le cambiaron el nombre.

El Banco de la República seguirá con los mostradores altos donde el gallego Bangueses sentaba al enano Santanita y Santanita si se tiraba lo más probable que se matara, pero lo que lo preocupaba más eran las torretas de los milicos con armas largas que cuidaban cualquier afane y el enano le decía “Gallego bajame que el milico me está mirando”.

Cuando estaban los bagayeros intercambiando los máximos y mínimos de los matutes, dos de Mansión House, dos de Garotos dos Serenata de Amor, por unos cubiertos tramontina y alguna otra cosa que estuviera racionada en la aduana, y el Gallego lo llevaba a Santanita al Palito que era el lugar del intercambio y lo sentaba en la falda y a modo de ventrílocuo lo hacía hablar con esa voz inconfundible de los enanos y eran Mr. Chapman y Chirolita, hasta que el dueño del boliche se calentaba y terminaba echando al enano porque no tenía dinero para gastar y el otro sí.

Ya por el 72 el Becho no ataba la caja del violín con piolines porque después de 18 años en el Sodre andaba tocando por la Habana, Hamburgo, París y Munich.
Claro que no fue el único que se tuvo que ir con la música a otra parte, otro amigo actualmente fallecido, Walter Pinto Bastarrica, el que tocó la diana de Otorgués en el primer gran acto del Frente Amplio en 1971, en la Avenida Agraciada, tuvo con su trompeta que dejar de ser concertista del Sodre y salir a recorrer el mundo dando clases de trompeta en Caracas, isla Margarita, Maracaibo, iba y venía en avión de un lado para el otro, pero las distancias a pié las tenía calculadas, las veredas de la sombra y para tres cuadras, dos escalas para tomar jugo de naranja, para evitar la brutal deshidratación. Volvió una sola vez de visita y está enterrado en Venezuela, todo por su ideal y un solo de trompeta.

Becho, Carlos Julio Eizmendi, cuya madre maestra, profesora, fundadoras y directora del Liceo de Lascano, batllista y votante del Partido Colorado fue defenestrada por la dictadura.

Su pecado, persona peligrosa por tener un hijo bohemio, pensador independiente, hombre de la noche montevideana en sus años mozos y siempre con su violín a cuestas que iba del Bar Libertad en la rinconada de la Onda, al Sorocabana de la Plaza Cagancha y tocaba de a ratos en Teluria, a la vuelta en 18 y Cuareim.

Creo que si los cafecitos hicieran revoluciones el Sorocabana de la Plaza Libertad debe de haber movido millones de piezas de ajedrez. Paraban muchos intelectuales y también seudointelectuales y la mayoría pelados por unanimidad, pero los que se despiertan con el sonar de una diana y se duermen con el sonar de otra están muy lejos de los valores subversivos que tiene la cafeína y piensan como Calígula, si cuatro personas se unen, ya sea para apagar un incendio, son peligrosas.

El violín de Becho tenía nombre propio Herlinda Lovisetto Agresta, su madre, que también fue su maestra fue un lucero que lo guiaba fuera de la mediocridad del medio.
La consagración de la inquietud està demostrada al mandarlo a estudiar música a los 8 años en Lascano con un profesor de la Banda de Música local, donde empezó a tocar el saxofón, nada que ver con el violín, un instrumento de viento con uno de cuerda, pero si demuestra el acierto en la intención y una facilidad para la música, no común. El sacrificio económico y humano bien pagaron la pena.

Ir a estudiar violín a Treinta y Tres no es changa. Viajecito pesadón Lascano, Averías, José Pedro Varela (Corrales) y Treinta y Tres y vuelta para atrás, combinando los horarios de los ómnibuses. Si el Cebollatí estaba manso era un viaje pesado, pero si estaba hinchado la Onda pasaba justo o no pasaba.
He visto meter la pata a los choferes de la Onda y cruzar el río desbordado y no sacar las valijas y encomiendas de la bodega y al llegar y abrir, faltaba que salieran las tarariras, todo enchumbado.

Se aquerenció con el Fun Fun viejo
Pensar que en aquellos momentos que trillábamos los mismos lugares nos debemos de haber cruzado un montón de veces o ninguna, pero al Becho lo hizo conocido por todos nosotros la Milonga de Alfredo Zitarrosa.

En junio de 2005 se le dio su nombre por ley a la escuela No. 93 de Lascano.
Carlos Julio Eizmendi Lovisetto nació en Lascano el 7 de febrero de 1932 y murió el 21 de mayo de 1985 y fue conocido como Becho Eizmendi y como cierre las últimas estrofas de la Milonga de Alfredo Zitarrosa “El violín de Becho”.

“vida y muerte, violín, padre y
madre;
canta el violín y Becho es el
aire;
ya no puede tocar la
orquesta,
porque amar y cantar eso
cuesta.”

El violín de Becho inmortalizado por Alfredo Zitarrosa

Garufa, su historia

Garufa – Historia del tango “Garufa”

En 1922 se creaba en Montevideo la Troupe Ateniense, una de las más célebres agrupaciones carnavaleras de la vecina orilla, como también lo fueron la Oxford o Un real al 69, entre otras.

Pero fue también la Troupe Ateniense cuna de tangos memorables compuestos por músicos y creadores de la talla de Gerardo Matos Rodríguez, Ramón Collazo, Adolfo Mondino, Alberto Vila,Juan Antonio Collazo, Víctor Soliño yRoberto Fontaina.

Juntos o por separado, estos artistas dieron a luz páginas que no sólo obtuvieron la aceptación popular en el Uruguay sino que cruzaron el Plata y se afincaron para siempre en el gusto del público porteño. Ahí están como prueba: “Agua florida”, “Maula”, “Patoteros”, “Araca París”, “Pato”, “Negro” “Mama yo quiero un novio”, “Adiós mi barrio” y “T.B.C.” (con música de Edgardo Donato), entre muchos otros.

Una de estas combinaciones, Juan Antonio Collazo en música y Víctor Soliño y Roberto Fontaina en letra, produjeron, entre 1927 y 1928, dos tangos que satirizaban a ciertos personajes de la época y que incluyeron exitosamente en sus repertorios Alberto Vila, Rosita Quiroga y Tita Merello: “Niño bien” y “Garufa”. Otro tango del trío autoral, pero de mucha menor trascendencia, fue “Que reo sos”, grabado por Vila y el sexteto de Carlos Di Sarli con el estribillo de Santiago Devin.

Garufa” —que es la obra que nos interesa en este caso— accedió al disco en labios del oriental Alberto Vila y fue pronto estrenado en Buenos Aires por Rosita Quiroga, intérprete oficial de la trouppe de este lado del Plata.

Al igual que “Niño bien”, “Garufa” instala con mucho humor una réplica al contenido melodramático de algunos tangos que estaban de moda. Los autores tuvieron el hallazgo de repetir un éxito, utilizando la misma fórmula.

Hubo, eso sí, un inconveniente al pasar el tango de la voz de Vila a la de Rosita, ¿Qué sentido podría tener en Buenos Aires la alusión a una calle de Montevideo?

Tu vieja dice que sos un bandido,
porque supo que te vieron
la otra noche en la calle San José.

Sí, la calle San José, porque así reza precisamente la versión original de la letra y así continúan entonándola, aún hoy, los intérpretes uruguayos.

Obviamente, el público porteño no relacionaría ese nombre con una arteria montevideana sino con nuestra calle San José, y la página perdería su gracia.

Ingeniosamente, Soliño y Fontaina salieron triunfantes del trance sustituyendo la mención de esa calle por el Parque Japonés, parque de diversiones, lugar de recreo y encuentro donde también se bailaba, frente a la estación terminal de trenes de Retiro, ubicado en el predio donde actualmente está el Hotel Sheraton de Buenos Aires.

Lo que no fue modificado en la letra es el barrio La Mondiola, nombre genérico de la zona costera, donde se desarrollaba una vida bohemia y más permisiva, donde la Troupe tenía una casita que servía de sede.

Nota de dirección:
No sabemos la fuente consultada por Roberto Selles para asegurar que la letra original de este tango decía la calle San José en lugar de Parque Japonés. Sí sabemos que, tanto la partitura original de Perrotti como la primera versión grabada, nada menos que por un uruguayo, Alberto Vila, dicen Parque Japonés.

Todas las versiones hasta entrados los años 40 son idénticas y las posteriores también, excepto las de Donato Racciatti y sus cantores que incluyen en la letra la calle en lugar del parque. Más tarde, otros cantantes uruguayos hicieron lo mismo, pero ni estos ni los que difunden esa tesis, explican en qué documentación se basan.

Grabaciones del tango “Garufa

Alberto Vila, con guitarras (1928)
Orquesta Luis Petrucelli, instrumental (1928)
Carlos Spaventa, con guitarras (1928)
Orquesta Rafael Canaro, Carlos Dante (1929)
Orquesta Típica Argentina Bachicha, Alberto Larena (1929)
Orquesta Héctor Stamponi, Alfredo Arrocha (1948)
Alberto Castillo, con orquesta dir: Ángel Condercuri (1951)
Orquesta Donato Racciatti, Nina Miranda (1953)
Alberto Castillo, Orquesta Osvaldo Requena (1960)
Tita Merello, Orquesta Carlos Figari (1968)
Edmundo Rivero, con guitarras (1975)
Orquesta Antonio Cerviño, Alberto Rivero (1978)
Conjunto Malevaje, Antonio Bartrina (1985)
Trío de la Guardia Vieja dir: Teddy Peiro, Gillian Peiro (1996)
Hugo del Carril (h), Orquesta Alberto Di Paulo (1997)
Gabriel Reynal, conjunto Salvador Grecco (1998)
Conjunto Facundo Díaz y sus Amigos, Alejandro Martínez (1998)
Real Tango Ensemble dir: Raul Jaurena, Eduardo Nijensohn (1999)
Trío Hugo Díaz, instrumental
Los Muchachos De Antes, instrumental
Elba Berón, Cuarteto Miguel Nijensohn – A Puro Tango
Orquesta Donato Racciatti, Luis Luján
Alina De Silva, con orquesta
Carlos Almada, con orquesta
Enrique Dumas, con orquesta
Cuarteto Che Paulino, Guillermo Álvarez
Trío Carlittos Magallanes, Carlittos Magallanes

Fuente: http://www.todotango.com/historias/cronica/134/Garufa-Historia-del-tango-Garufa/

La fama de Borges

Durante años, la estimación de su obra parecía limitada a un sector minoritario de lectores. Ante todo, por razones intrínsecas: su complejidad intelectual, la riqueza de alusiones, los guiños irónicos. En su pórtico, podría haber colocado un lema de clásica ascendencia: «Nadie entre aquí si no sabe mitología, historia antigua y cien saberes recónditos más». Es decir, lo apropiado para el deleite de los «happy few» y para ahuyentar al banal consumidor de baratos «best-sellers».

Borges de jovenA eso se unían otros factores externos. Ante todo, a la vacilante actitud de Borges ante las dictaduras hispanoamericanas, algo especialmente difícil de aceptar por muchos jóvenes escritores hispanoamericanos que, en aquellos años, sentían simpatía por el castrismo – de Fidel, no de don Américo –, según la broma usual de entonces.

Añadamos a esto el gusto permanente de Borges por «épater le bourgeois«, pisar callos y escandalizar a los bienpensantes. Cuando venía a España, cualquier entrevista periodística le daba ocasión para soltar sus habituales «boutades».

Si le preguntaban por su escritor español favorito, recurría a sus recuerdos de joven vanguardista para elegir a Cansinos Asséns (del que, probablemente, el aguerrido entrevistador no conocía ni el nombre).

El más malicioso inquiría su opinión por Antonio Machado y la respuesta de Borges era la esperada: «¡Ah, no sabía que Manuel tuviera un hermano!». El último peldaño de la irritación lo promovía Borges cuando le preguntaban su opinión del «Quijote«. Exagerando su pose de «british», respondía: «Gana mucho, traducido al inglés».

El efecto era seguro: se desgarraban muchas vestiduras y no faltaba, en algún diario, la indignada respuesta de un defensor de la tradición nacional frente a este argentino, disfrazado de inglés. Una vez más, la provocación de Borges había logrado el efecto que pretendía.

Como estrambote, en los mentideros literarios se contaba que, una vez, viajó Borges a Sevilla y le llevaron a la terraza del Hotel Doña María, justo enfrente de la Giralda, donde le esperaba un viejo compañero de travesuras vanguardistas:

-¿No lo recuerda? Es Gerardo Diego.

Con implacable malicia, respondió Borges:

-¿Gerardo o Diego? ¿Cuál de los dos?

Jorge Luis Borges y Bioy CasaresAsí era Borges, así había que tomarlo…, o dejarlo. Daba más motivos, desde luego, para la admiración que para el afecto. Durante muchos años, tuvo seguidores fieles…, pero no muchos. Recuerdo yo que, a comienzos de los 60, don Rafael Lapesa, mi maestro, me rogó que intentara empujar a los estudiantes de la Facultad de Letras de la Complutense para que fueran a escuchar a Borges: venía a dar una conferencia al Instituto de Cultura Hispánica y se temía que la sala estuviera medio vacía. Hice lo que pude para convencer a aquellos filólogos en ciernes, que no tenían ni idea de quién era Borges ni de cómo escribía.

La conferencia fue fascinante. Hablaba Borges con tono pacifico, casi monótono; obviamente, sin papel alguno delante: ni lo podía ver ni lo necesitaba. Relacionaba obras literarias de distintas épocas y culturas; citaba de memoria, sin ningún esfuerzo, textos en español, francés, inglés, italiano, alemán…, y en alguna ignota lengua nórdica: un espectáculo fascinante.

Poco después, la fama de Borges dio un vuelco total. ¿Por qué? Lo ignoro. La nueva corriente nos llegó – como tantas otras – de los Estados Unidos. Me contó la anécdota Paco Ayala. Le había invitado a dar una conferencia, en su universidad norteamericana, y prepararon una sala pequeña; en pocos minutos, resultó insuficiente. Se trasladaron todos a un aula de tipo medio y también se llenó. Tuvieron que irse al aula magna, la más grande, atiborrada de entusiastas jovencillos…

¿Qué habían descubierto en la obra del escritor argentino? Nada menos – supongo – que la fantasía, el juego irónico, la complejidad intelectual, la cultura; es decir, lo que siempre había sido el terreno de Borges y que ahora, por primera vez, suscitaba tal entusiasmo, como clara superación del chato costumbrismo. Lo reconocieran o no, de esa fuente bebieron todos los componentes del llamado «boom«.

Borges había dejado de ser un escritor para exquisitos y, a partir de entonces, recorrió el mundo con el reconocimiento masivo que, sin duda alguna, merecía. Así funcionan las cosas, tantas veces, en la sociedad literaria. Supongo que, a él, no le molestó el éxito pero sí debió de contemplarlo con cierta distancia irónica…

Una nota para releer, brecha año 2015

Recordando la entrevista del semanario brecha, por Ana Inés Larre Borges del 29 de abril de 2015.

Un intelectual muy particular. A sus inverosímiles 92 años, Carlos Maggi tiene un capital cultural acumulado pero no vive de sus rentas. Desde la radio y desde sus columnas en el diario El País crea opinión y polémicas. Sobre sus maestros, sus amigos y sus rivales, sobre intelectuales y política y medios, habló con Brecha.

Foto: Leónidas Martínez

¿Quién fue el visionario que lo bautizó “el Pibe”?

—Fue un tío mío, hermano de mi madre, Miguel se llamaba, cuando yo tenía dos o tres años y se estrenó en Montevideo la película de Chaplin, por bromear me vistió como el Pibe y me sacó fotos con el jockey, los pantalones cortos con el tirador. Se divirtieron con eso. Son fotos lindas, todavía las tengo.

Hay otra foto linda en que se lo ve a los diez años, con su clase del Liceo Francés junto a otros dos niños, Manuel Flores Mora y Emir Rodríguez Monegal. Tres futuros protagonistas de la generación del 45, de la que usted es ahora, junto con Ida Vitale, un lúcido sobreviviente.

—Nunca creí llegar a ser un lúcido. (Lo dice con picardía y ríe.)

¡Huy perdón! En la foto Monegal está terriblemente serio y usted muerto de risa. Es una foto premonitoria: Emir, será su rival “lúcido” y Flores Mora, su amigo íntimo y su cuñado.

—Con Maneco nos conocimos en el Liceo Francés, sexto año de escuela. A mí se me ocurrió hacer un “diario mural”, una cosa que hacíamos en la Asociación Cristiana de Jóvenes. Puse una cartulina en el fondo del salón, escrita a mano por mí, con comentarios con humor de todo lo que pasaba en la clase. El profesor, que tenía mucho sentido del humor, se divertía aunque también me burlaba de él. Maneco, a quien yo no conocía porque era nuevo, hizo al lado otro panel, el de él (ojo) escrito a máquina (yo no sabía) y cuyo título era “En voz baja sobre el Nilo” y refería a lo que pasaba en las Guerras Médicas, pero con los personajes de la clase. Bueno, una cosa ya con segundo grado de elaboración. Cuando lo leí quedé impresionado… Y bueno, terminamos amigos. A fin de año fuimos a dar el examen de ingreso al Zorrilla, obligatorio para los que iban a la enseñanza privada. Entramos a las 8 de la mañana y a las 12 cuando salimos estaba el director del Liceo Francés, monsieur Larnaudie. Se acerca y, con mala puntería, le pregunta a Maneco: “Y, ¿cómo anduvieron?”. Y éste le responde: “Bueno, nosotros vinimos a ayudar a los compañeros, no?”. Para componer me pregunta a mí, que le respondo: “Bueno, no sé por qué nos hacen venir por una cosa tan fácil”. Quince días después me dice mi viejo: “Qué le dijeron al director del liceo que se rió conmigo durante media hora de ustedes dos”.

No eran precisamente modestos.

—Una tarde caímos con esa pedantería perfeccionada al café Metro, porque sabíamos que allí había un grupo de jóvenes que estaban en la literatura. Uno de ellos, Denis Molina, había ganado con El regreso de Ulises un premio municipal, lo que era una cosa vergonzosa. Fuimos y nos tomaron el pelo. La recuerdo como una situación riesgosa a causa de Maneco, que era violento. Pensé que en cualquier momento iba a empezar a las trompadas. El Tola Invernizzi se dio cuenta y previno: “No se van a tomar en serio estas bobabas que están diciendo”. Al final pudimos decir algo, unas cosas bien colocadas; empezaron a respetarnos y yo a encontrar que eran gente como nosotros.

¿Eran un poco mayores que ustedes? ¿Estaba Mario Arregui?

—Eran. Y estaba Arregui, sí. Ellos tomaban alcohol, lo que era un rasgo de superioridad.

Y ustedes, ¿habían ya ganado el concurso sobre Artigas?, ¿qué tenían para exhibir?

—Nada. Habíamos sacado una revista, Ápex, dos números. Ápex significa “punto de la esfera celeste hacia el que se dirige el sol”, así de presuntuoso era todo.

¿Recuerda cómo fue que consiguieron para Ápex el texto de Torres García, una rareza que escribió sobre literatura? Luego eso se publicó en el número 1 de la revista Arturo de Buenos Aires, pero ustedes la sacaron antes.

—No recuerdo bien cómo llegamos a él, creo que fue a través de Onetti. Teníamos 17, 18 años y fuimos con Maneco a ver a Torres García, con la idea de que lo que correspondía pedirle era que nos ayudara con el diseño de la carátula, con la elección de la tipografía, todo eso. Y efectivamente la carátula de Ápex es torresgarciana. Seguimos también su consejo al imprimirla en papel fiderero, el mismo en que se hizo El pozo, de Onetti, que era una cosa que a él le gustaba. Después con toda naturalidad le pedimos una colaboración, pensando que nos iba a dar un dibujo, pero nos dijo: “Tengo un texto para ustedes”, y aparece con eso que era larguísimo y divertido, encantador. Y un poema con el título de “Divertimento”. Que él que era tan severo apareciese con ese juego de palabras permanente, “el gato es el rato de la ratería…” pero que es, en el fondo, una afirmación de sus principios estéticos. Fuimos varias veces a su casa, no al taller. El viejo estaba encantado con nosotros y nosotros con él.

Todo el relato de su generación parte siempre del corte y el parricidio que ustedes ejercieron, pero hubo antes algunos hechos en la cultura uruguaya que pueden haber tenido algo que ver con la aparición de los del 45. En 1929 se crea el Sodre, en el 34 llega Torres García a Uruguay. ¿No fue ese un caldo de cultivo que dio lugar a que emergiese una generación destacada?

—Yo creo que los intelectuales posteriores al Novecientos se sentían extraordinarios por estar en un lugar triunfante que era aquel Uruguay. Así como salieron campeones del mundo en el 24, el 28 y el 30. Ese país pequeñísimo estaba absolutamente arriba, pero no fueron tiempos de bonanza económica. Hubo terribles problemas que Uruguay manejó bien hasta que pudo, y al final vino la dictadura de Terra. Esa dictadura tiene sus raíces en el último batllismo que se estrelló después del pare de Viera. El Partido Colorado tuvo frente a Batlle una especie de alarma “pero adónde nos quiere llevar este hombre”. Lo que decía Nardone, “comunistas chapa 15”, lo empezaron a ver antes los conservadores colorados con el viejo Batlle vivo todavía. Y con Viera el Partido Colorado abandonó las reformas y eso fue también efecto de la gran crisis económica.

La crisis del 29.

—No, antes. Nosotros pensamos que en la guerra del 14 le vendimos al mundo lo que queríamos. ¡Nooo! La guerra del 14 hacía imposible exportar porque no había manera de cobrar. Tuvimos unos problemas terribles en materia financiera, entramos en default. Cuando termina la guerra, Europa estaba en el suelo y nadie nos compraba nada.

Pero se levantó el Palacio Salvo.

—Ellos siguieron para adelante, sí. Demolieron un barrio entero, trasladaron una iglesia –el Templo Inglés– cuatro cuadras más acá, repetida textual. Una cosa loca. Luciano Álvarez tiene una película donde se ven las máquinas inventadas a partir de camiones Ford T, para llevar los bloques de granito con que hacer la vereda de la maravillosa rambla. Había capacidad creadora y confianza. Hubo uno que pensó: este barrio prostibular hay que sacarlo. Todos juntos los prostíbulos eran una cosa canallesca. Y si no podían prohibir los prostíbulos, podían dispersarlos. El viejo Batlle era dispersor.

Hubo otras grandes obras que justificaron el optimismo, el Palacio Legislativo, el Estadio.

—Vi construir el Estadio Centenario. Yo tenía seis, siete años y me puedo acordar de eso. Se construyó en 180 días, un récord. Para el primer partido, el hormigón aún estaba blando, le pusieron acelerantes porque no fraguaba. Hubo dos veces en el Estadio en que las tribunas se desbordaban y la gente caía hacia abajo. No estaban acostumbrados a estar en un lugar que era como un embudo; el Centenario te exige un equilibrio especial. Yo estuve cuando pasó eso, mi padre era dirigente de Peñarol y me llevaba al Palco Oficial y se veía. La gente caía de la tribuna al talud.

¿Cómo recuerda su temprano conocimiento de Rodríguez Monegal?

—Emir fue mi compañero de clase desde el primer año de escuela y era muy inteligente. Tuvimos muchas diferencias. Ya desde la escuela teníamos problemas. Era un tipo muy receloso y también más riguroso, más ordenado que yo. Era mejor lector que yo. Un día nos cruzamos frente a la Biblioteca Nacional y nos saludamos. Pensé un poco y me di vuelta: “Mirá, te quiero avisar que no te voy a saludar más. Porque el saludo comprende desearte un buen día y yo no quiero que tengas buenos días”. Y ahí quedamos enojados por mucho tiempo. Después nos amigábamos y nos volvíamos a pelear: una relación de amor-odio. Me tuve que ir de Marcha por las cosas que Emir dijo de mí y Quijano no chistó.

Estuve leyendo una polémica que usted empieza en Marcha en octubre de 1947 y a la que se suman varios hasta mediados de 1948. Ahí usted crea la categoría de “entrañavivistas” versus los “lúcidos”.

—Yo, modestamente, inicié lo de “lúcidos”, lo de “entrañavivistas” la acuñó Carlos Martínez Moreno, con calidad despectiva.

En nuestra historia literaria esas categorías quedaron un poco arrinconadas en el lugar de la anécdota, como ocurrió en Buenos Aires con Florida y Boedo. Hay, sin embargo, diferencias de fondo como la oposición entre Neruda y T S Eliot, o la disyuntiva entre arraigo y evasión sobre la que discutieron Rama y Rodríguez Monegal con Real de Azúa como pivote. ¿Cómo valora esas diferencias?

—Esa fue la división hacia adentro de la generación. Todo empezó con la hegemonía de Rodríguez Monegal dentro de Marcha, no olvides que no había editoriales, los diarios no tenían secciones culturales, no había donde decir nada. Si publicabas un libro te lo comías. Emir consiguió la página literaria de Marcha. Yo escribí ese artículo que se titulaba “Bueno, yo les dije”, y les dije que no estaban en la verdad de las cosas, que eran superficiales, que no admitían la creación verdadera. Semi verdades y semi mentiras, y ahí se armó un despelote. Emir, Alsina Thevenet, Carlos Martínez Moreno, todos los que había nombrado con nombre y apellido buscaban algo para reventarme. El grupo nuestro, en ese momento, era la barra del Metro integrada por unos diez, más o menos, y donde estábamos nosotros muy cómoda y fraternalmente colocados. Además teníamos una sucursal que era la casa de José Pedro Díaz en la calle Mangaripé, en Punta Gorda, adonde íbamos los sábados y domingos y nos reuníamos con Ángel Rama, y nuestras mujeres que eran todas escritoras e intelectualosas. Ahí teníamos una cosa contra Rodríguez Monegal y sus valientes. Tipos muy ilustrados con los que a lo largo del tiempo nos fuimos reconciliando. Cuando vino Juan Ramón Jiménez hubo una tregua y estamos todos en la foto. Todos menos Bergamín porque estaba peleado con Juan Ramón. La cosa venía de Europa, de una polémica que tuvieron. Juan Ramón escribió que Bergamín era un cuervo. Y Bergamín contestó: “sólo los cuervos pueden sacarte los ojos”. Era una cosa absurda y a la española, con el tiempo me di cuenta de que un italiano como yo no debió haber estado en nada de eso. Cada uno era extraordinario por separado, ambos enemigos del franquismo, pero les era imposible estar juntos.

¿Cómo leyó el Diario de José Pedro Díaz, donde está el recuento de aquellos inicios?

—Cosa curiosa, no lo leí. Creo que es como lo que cuenta Freud, que cuando tenía que mandar una carta agresiva a un amigo, primero no se acordó, luego no la firmó y el día que debía llevarla al correo no le puso el sello. En el fondo no la quería mandar.

¿Por qué no querría leer el diario de José Pedro?

—Porque la muerte de él y la de Minge (Amanda Berenguer) fue terrible para mí. Un día fui a verla y la encontré en pleno delirio, me leyó tres veces el mismo cuento. Yo no estaba prevenido para eso.

El Diario cuenta de un tiempo en que todos querían ser grandes escritores, pero acabaron tomando caminos distintos. Usted fue abogado y dramaturgo. ¿Fue algo muy consciente?

—Mi padre no me dejaba trabajar, quería que eso no interfiriera. Me decía: vos te tenés que recibir, eso es lo importante. Y yo le hice caso. Pero en el año 46 mi padre se murió en una noche y quedamos en la miseria. Cobramos su sueldo y después gestionamos la pensión, que demoró dos años y medio en salir, que era lo normal. Era así el país aquel, todo trancado, todo demorado. Tuve que salir a trabajar, de modo que me recibí recién a los 32 años y ya casado. Para bajar gastos con mi mujer María Inés Silva Vila convivimos con Ángel Rama e Ida Vitale. Para alquilar esa casa, en Pocitos, nos faltaban diez pesos a cada pareja. Fuimos a negociar con el dueño y yo fui con María Inés. Entonces los alquileres no se aumentaban, así que el italiano que alquilaba sabía que lo que aceptase era para siempre. Y el tipo cedió. Pero, al salir, la mujer que estaba recostada en la puerta me dijo: “Sos vivo vos, te trajiste a tu mujer”, estaba furiosa la gorda. Yo me las arreglaba haciendo periodismo y libretos cómicos para la radio. Eso me daba buena plata, y también hizo que Emir me mirase con desprecio porque yo hacía esa cosa barata.

Aunque integró el grupo de los llamados “jóvenes turcos”, cercanos a Luis Batlle Berres, usted no cayó en la tentación de la política.

—Sabés que siempre tuve orgullo de que nos llamasen “los jóvenes turcos”, y recién ahora me acabo de enterar de que fueron responsables del genocidio armenio. Cien años que no supe, y tan contento. Bueno, me costó una barbaridad no hacer política. Yo hice un gran esfuerzo para que me dejaran en paz porque veía que si entrás en un partido tenés que defender todo lo que el partido diga. Vendiste tu opinión. Yo quería muchísimo a Luis Batlle pero eso era algo que no podía aguantar.

Con las mismas palabras Benedetti dijo que lo descubrió cuando integró el 26 de Marzo en los sesenta.

—Un escritor, un libre pensador, no puede estar en ningún partido porque a los 15 días tenemos un hecho moral. Los voy a traicionar o me tengo que callar o decir algo que no pienso. Se vuelve insoportable. Yo vi eso con mucha anticipación. Nunca quise nada. Hasta que me recibí de abogado y Jorge Batlle, a quien yo tenía cerca, le contó a su padre que, como el diario Acción tenía dificultades, yo había renunciado a cobrar el sueldo. Ahí se enteró de que yo estaba casado, que tenía una hija, que colaboraba sin cobrar y, en un gesto muy paternalista, se propuso ayudarme. Un día veo que publican en la portada una foto mía grande como una baldosa y una información que decía que el doctor Carlos Maggi… Me morí de vergüenza. No quería entrar en la redacción, me parecía que todos pensaban que yo era un chupamedia. La verdad es que fue una cosa espantosa, en Uruguay había que sacar ticket para saber si uno era o no abogado, estaba lleno de abogados este país. Luego Luis Batlle me llamó y me dijo: “Bueno, usted ahora necesita un buen cargo para aprovechar ese título que tiene”. Así que empecé a ser candidato a todos los cargos posibles que te puedas imaginar, y ninguno se concretaba. Una vez me dijeron que iba a ser subsecretario de Relaciones Exteriores con Rompani. Yo fui y me compré zapatos y un pulóver.

No te vistas que no vas.

—No te hagas los rulos, no. Y nada, no pasó nada, me quedé con el par de zapatos y con el pulóver. Un día llegué a la redacción y vino uno que era miembro del directorio del Banco República y me dice: “Hace días que lo nombramos abogado del Banco República y usted no va, ¿qué pasa?”. Alguien se había olvidado de avisarme.

Luis Batlle sedujo a todos esos jóvenes brillantes –Flores Mora, Michelini, tú, no sé qué otros– y también al viejo Onetti, que le dedicó nada menos que El astillero. ¿Cuál era su mérito o su atractivo?

—Hubo al menos cinco o seis más entre los seducidos, todos muy talentosos. Estaban Carlos Fleitas, Lalo Paz, inteligentísimos. Entonces Montevideo tenía un papa que era Carlos Quijano, con un trato absolutamente distante. Ni pelota te daba. Un día entré en la redacción y lo saludé y cuando ya me iba, me dice: “Che, mire que lo que usted está escribiendo es para un libro”. Te tuteaba y te trataba de usted a la vez. Yo no me había dado cuenta, pero puse los diez artículos que había sacado en Marcha…

Y así nació El Uruguay y su gente.

—Claro, y él se dio cuenta antes que yo de que ya estaba hecho. Pero esa fue la única entrada amable que le recuerdo. En cambio, Luis Batlle era el papá, tenía una relación afectuosa, jugaba de padre. Yo no sé bien por qué lo apreciaba Onetti, pero para nosotros Luis Batlle era además el viejo Pepe Batlle. Era el sobrino pobre que crió el viejo Batlle y, a diferencia de sus hijos que eran conservadores, él fue de izquierda. Hizo un gobierno de izquierda con los mayores errores en materia económica y provocó un estancamiento de la economía por 30 años.

¿Cuál fue el error?

—Cuando los países pobres de Asia se abrieron en la posguerra y ofrecieron condiciones muy convenientes a los inversores y lograron desarrollarse de una forma impresionante, los países latinoamericanos se cerraron con Prebisch y su doctrina de crear industrias sustitutivas. Hicimos todas las “paylanas” del mundo, todas subsidiadas por el Estado, todas mal hechas. Fabricamos bombitas General Electric que costaban el doble de las americanas y duraban la mitad. Todo fue un error general armónico.

¿Recuerda cómo vivió la derrota en 1958 cuando ganan los blancos?

—Me fui a Estación Rodríguez, en San José, a casa de unos primos, una semana antes, porque sabía que iban a perder y no quería estar en Montevideo. Maneco Flores y su primo Horacio Flores salieron a 18 de Julio a pelear. Se agarraron a trompadas en cuatro o cinco o seis esquinas. Estaba lleno de blancos festejando y salieron a provocar. Los querían matar.

Usted ha fijado a los maestros de su generación. Escribió un ensayo “Los maestros paradojales del 45”, por Espínola y Onetti. A ellos sumó a Bergamín, que parece todavía más paradójico. Son tipos de intelectuales muy distintos.

—Empecemos por Onetti. A Maneco se le muere el padre a los 17 años y tiene que trabajar. Un tío que era senador le consigue trabajo en Reuters, una agencia de prensa, durante la guerra. Quedaba pegado al café donde después se armó la barra del Metro. El gerente era Onetti. Y Maneco me decía: “¿Vos sabés que el gerente escribe muy bien?”. Yo decía: “Sí, por supuesto”. Te imaginás un gerente, me parecía una cosa absolutamente despreciable. En Reuters tenían una máquina maravillosa a la que llamaban Margarita que, cuando escribían en París, tecleaba acá. Según Maneco, el gerente mejoraba todos los textos que venían de allá y sabía muchísimo de literatura. A Onetti le decían Chiang kai Shek, por los ojos achinados. Y a mí ese Chiang kai Shek me causaba mucha gracia. “Qué casualidad, así que ahora tu gerente escribe bien.” Hasta que cayó un día Maneco con El pozo y caímos de rodillas. Era una maravilla. Después lo frecuentamos en el Metro, con una barra grande, como de quince tipos. Recuerdo a los más amigos: Maneco, Arregui, Tola Invernizzi, Líber Falco.

¿Cómo se compatibiliza la admiración de Onetti con Bergamín y con Espínola?

—Onetti y Espínola tenían una amistad que venía de muy antes. Cuando Paco llega de San José corría la liebre a tal punto que aceptó ser corrector en un diario aunque no veía nada. Onetti lo iba a visitar y mientras conversaban le corregía cuatro, cinco, diez galeras, con lo cual le hacía el trabajo de la noche, porque lo amaba y lo admiraba. Después, cuando él creció y fue importante, como nosotros íbamos a las clases de Paco en Humanidades, Onetti nos decía: “¿Estuviste mateando con los griegos?”. Como profesor Paco era algo como yo no vi nunca. Mirá que tuve profesores en mi vida, y tipos inteligentes. Dio dos años el Canto V de La Odisea y lo desmontaba como un ingeniero mostrando cada detalle.

Dos años con el mismo Canto V, ¿y ustedes lo celebraban?

—Es que después leías el texto y te dabas cuenta de que había descubierto un recurso, un efecto real que se reiteraba. Yo estudiaba derecho, pero íbamos a clase con mi mujer, que estaba en preparatorios. Cuando terminaba la clase íbamos a cenar con Paco y estábamos hasta las 2 de la mañana.

Usted fue responsable de que Espínola publicase adelantos del Don Juan, el zorro, que quedó inacabado. ¿Por qué cree que no lo terminó nunca?

—Tengo la teoría de Onetti, que es muy buena: se desinflaba hablando en el café. De lo que escribís jamás debés hablar. Si no, el efecto primero ya no te llama la atención y escribís como de memoria. Y eso es verdad absoluta. La escritura es misteriosa, no se sabe de dónde viene. Si te la gastaste sabés de dónde viene. Es importante eso, porque es un problema cerebral. Si escribís recordando, no es lo mismo que si viene manando.

Es un buen razonamiento, pero la mayoría de los narradores (aunque creo que no era el caso de Onetti) son naturalmente buenos narrando oralmente. Usted también.

—En el caso de Paco eso era excepcional. Contaba diez veces la misma cosa y las diez veces era atractiva. Bergamín, que había estado con Unamuno, con Valle Inclán, que eran grandes habladores y jefes de tertulia, decía “Este es mejor”. Y Onetti nos decía: es el tipo más inteligente que he visto hablando de literatura y se desgasta hablando en el café. Sobre Don Juan, el zorro, Paco nos dijo que se había equivocado porque sin caballos no podía ser, y si había caballos –mirá qué cosa tan rara de decir– todas las dimensiones debían ser más grandes. Y que por eso tenía que escribir todo de nuevo. Y escribió las primeras cien páginas del libro para leernos a nosotros cuando íbamos a comer a la casa. A mí los pedazos me parecían muy buenos, el libro me parece malo.

Uno de los cuentos más famosos de Espínola –“Rodríguez”– se publicó en la revista Asir, de otro grupo del 45. Según escuché decir a Visca, a ustedes no les gustó.

—No me gusta. Es un cuento de efecto, es un cuento chico. Frente a la profundidad de “Qué lástima” te diría que este es un divertimento, un cuento de diablo, gracioso y bien escrito, pero que no está a la altura de otros.

Onetti con Bergamín hacen una pareja despareja. ¿Sabe qué opinaba uno de otro?

—Creo que nunca se encontraron. Bergamín no iba nunca a la rueda del Metro, no frecuentaba los boliches.

Usted le escribió una carta a Felisberto Hernández para pedirle una colaboración para Escritura, que sacaban con Rama. ¿Valoraba entonces su literatura? ¿Se identificaba con su estética?

—Me parecía maravilloso, de un talento singularísimo, pero que se daba a pesar de él. Felisberto escribía cosas notables y él sabía que eran notables, pero se mostraba todo inseguro, tímido, tembloroso y a la defensiva. No sé por qué, pero era así. Siempre estaba con unas mujeres que variaban pero eran siempre como su mamá, y hacía unos chistes muy malos: “No como arroz porque se me llena la boca de granos”. Daba conferencias en el lugar más conservador y espantoso, en el Ateneo, que nosotros no pasábamos ni por la puerta. Una cosa impresentable. Pero era genial y lo sabíamos. Yo lo sabía.

Hay otro proyecto generacional del que se habla menos: Capítulo Oriental. Historia de la literatura uruguaya, que salió en 1968 dirigido por los tres Carlos: Maggi, Real de Azúa y Martínez Moreno.

—El proyecto vino de Buenos Aires donde ya habían hecho un Capítulo argentino. Ellos ponían toda la plata y hacían toda la edición. Y desde Buenos Aires nos convocaron a los tres. Instrucción ninguna, hagan lo que quieran. Yo tenía cierta resistencia hacia Martínez Moreno y Real de Azúa, porque para mí eran lúcidos, pero cuando trabajamos juntos tuvimos una armonía perfecta. El ser tan diferentes, en vez de trabarnos hizo que saliera mucho mejor. Festejábamos enormemente lo que se le ocurría al otro.

Capítulo no es sólo una excelente historia literaria sino a la vez un manifiesto de su generación, un diagnóstico y un juicio. ¿Cómo decidieron el índice, quién merecía un capítulo completo, a quién se encargaba cada cosa? ¿Recuerda alguna discusión al respecto?

—Creo que clasificamos bien, sacamos a todos los malos y dejamos los buenos. Tuvimos problemas terribles, encargamos trabajos y después no los publicamos porque nos parecieron muy malos. Les pagamos igual, pero no los publicamos. Recuerdo a una mujer, pero no puedo recordar su nombre. Fue una ofensa terrible, era literata y profesora.

A la muerte de Eduardo Galeano, usted lo recordó como el joven y talentoso secretario en Capítulo Oriental, un dato que yo desconocía.

—Capítulo tuvo dos secretarios, los dos muy buenos, uno era Galeano y el otro no lo recuerdo ahora. Galeano era un chiquilín y era talentosísimo. Dibujaba maravillosamente bien, pero además todas las cosas prácticas las hacía él solo. Y venía con sugerencias geniales.

Se me ocurrió pensar que Galeano, que fue un representante arquetípico de la generación del 60, tenía algo cercano al espíritu “entrañavivista” en cosas como su desdén por la crítica, su distancia de Borges, su rechazo a la “alta cultura”. ¿Está de acuerdo con estas coincidencias?

—Yo creo que él fue, y ya lo era en esa época, un individualista absoluto. No formaba parte de grupos, no daba bola a nadie. Nos llevamos muy bien, pero yo creo que nunca tuve una reunión con él que no fuera de trabajo.

Nombramos varios maestros, falta Borges, que era ya una referencia en alza. Emir lo reverenciaba pero también Mario Arregui, ¿cómo lo veía usted?

—Yo, antiborgeano. El gran lío que tuve y por el que perdí todos mis amigos fue ese artículo “Bueno, yo les dije”, que ya cité. Ese artículo es absolutamente antiborgeano. Qué hacen estos lúcidos que no atienden a la vida, que no atienden a las cosas de la sangre, que hacen geometría. Y su papá es Borges.

Respecto de Real de Azúa, me pregunto si en sus divergencias no tallaba el batllismo, porque Real, que tuvo distintas posiciones en su vida, fue siempre un antibatllista, digamos, filosófico.

—Claro que sí. Y yo no se lo perdoné nunca. Era mi amigo, trabajamos juntos, fuimos muy leales, pero eso nos separaba.

Dijo hoy que Uruguay es batllista; la intelectualidad, ¿es batllista?, ¿fue alguna vez batllista?, ¿puede ser batllista?

—Los intelectuales por lo general en política no aciertan nunca. Entre otras cosas porque su punto de vista no está fijado en lo que pasa y pasó, está fijado en lo que pasa y va a pasar. Los que escriben sobre política en un medio importante siempre van a referir al futuro. Y el problema de la política es muchas veces la conservación del pasado. La deserción de Bordaberry lo que hace es destruir al Partido Colorado. Todos los uruguayos son batllistas menos el candidato del Partido Colorado. Siento que el partido no me da opción, porque la representación del batllismo es mínima. Gabriel Pereira le puso a Pedro Bordaberry sobre la mesa los retratos de Rivera, Pacheco, Batlle y Sanguinetti, y le pidió que eligiera los dos que le parecían mejores. Y Bordaberry va y elige a Rivera y a Pacheco. Y ese es el jefe del Partido Colorado. Y mis amigos Jorge Batlle y Sanguine-tti no hacen nada para defender al viejo Batlle.

Bueno, pero es que hace tiempo que ninguno de ellos tiene esa ideología, ¿no? En el 71, ¿era una tentación para un intelectual votar a la izquierda?

—Fui fundador del Frente, pero fundador seregnista, que se cuidaba muy bien y decía cosas gravísimas contra la izquierda loca, la de voltear todo, la de lo peor no es lo peor.

¿Podría decirse que usted se acercó al Frente movido por una situación internacional y se alejó por una circunstancia local?

—No, yo seguí a Michelini, que era mi amigo íntimo y un tipo genial. Estudiábamos ocho juntos en la casa de Ramela, y ahí estaba Rodríguez Monegal. Michelini era mediano, normal, salvo que se hablase de política; entonces era igual a un caballo de carrera soltado en una pista, nos dejaba a todos lejos y obligados a hacer lo que él había dicho porque era evidente que era lo que correspondía. Muy raro, una cabeza hecha para eso.

Usted es considerado un dramaturgo mayor de la cultura uruguaya desde hace mucho tiempo. En Capítulo Oriental (1968) Ángel Rama dice que es el dramaturgo número uno…

—Y no me digas que estás en desacuerdo.

Qué vanidoso es usted, che Maggi. Yo estoy de acuerdo con la mayoría, sí, pero pienso también que su identidad de gran dramaturgo ha ocultado a un intelectual de aristas peculiares. Con un perfil de humorista y otro de moralista, periodista toda la vida, hombre de radio, “un preocupado”, según Real de Azúa, y un intelectual integrado en la categoría de Umberto Eco. Cuando eran jóvenes todos ustedes querían ser escritores, pero fueron tomando otros caminos. José Pedro Díaz se resignó a ser más reconocido como profesor aunque no dejó de escribir, Rama quería ser dramaturgo y tal vez narrador, pero abandonó toda creación y fue crítico. ¿Cómo ve esos caminos y cómo se ve a sí mismo?

—La juventud es muy generosa, hacés lo que querés, luego la realidad te rechaza. Yo nunca me sentí atraído por la crítica ni el profesorado, estuve en la aventura de Capítulo con esos dos grandes refinados que eran Real y Martínez Moreno, pero no era lo mío. Yo lo que quería ser era novelista, pero no pude. Escribí una novela sola y no tiene valor; la escribí porque no podía creer que no podía escribir una novela. La cantidad de cajón me enseñó. Escribís algo y lo ponés en el cajón, a la semana lo leés y es la prueba, a la papelera. Una, dos, tres veces, hasta que te convencés de que no es para vos. A mí me pasaba una cosa: los novelistas ven lo que sucede, y yo oigo lo que sucede. Cuando un director empieza a poner una obra y me pregunta si esto va a la derecha o a la izquierda yo le respondo que no sé, que no veo nada, que sólo los oigo. Cuando escribís la mano está inventando lo que decís, y eso se produce solo, y en eso yo no podía nunca contar lo que no veía.

Usted ha tenido una comprensión excepcional, en un intelectual de su generación, de la influencia de los medios, y eso hizo que cuando la recuperación democrática naturalmente fuese nombrado como director de Canal 5, pero no duró. ¿Qué fue lo que pasó?

—Lo que me pasó es una cosa que debería haberla escrito. Es una deuda que tengo. Yo entro en la dirección de la televisión nacional y por supuesto lo primero que hago es echar a todos los que habían trabajado durante la dictadura, incluso a mi sobrino el Toto Da Silveira, por quien tengo un cariño entrañable. Llamé a cada uno y les dije: los que trabajaron en dictadura no pueden seguir. A Sánchez Padilla le dije: usted debe desaparecer, pero yo tengo interés en que usted no me abandone. Fijate que él tenía un archivo maravilloso, le propuse que siguiera como productor, le aseguré que no perdería ni un peso, que ganaría más, pero aparecer, no. “No me sirve”, me dijo. Después sé que comentaba: “Yo lo quiero mucho a Maggi, pero me echó del canal”.

También usted podría decir algo similar.

—El hecho es que un día me llama Adela Reta y me dice “Mirá, dice Julio (Sanguinetti) que no hagas el informativo. Que si no lo vas a meter en líos, te van a atacar, te van a decir que usás la radio para hacer política baja. Y nosotros tenemos que tener un período de cicatrización, así que sacá el noticiero”.

Se hablaba mucho de cómo venía ese noticiero. Se había creado una gran expectativa.

—Yo había conseguido al “Negro” Néber Araújo, y además –es un dato curioso– había contactado a Emiliano Cotelo, pero su respuesta fue: “Yo trabajo para ocupar el lugar de Araújo en la radio. La televisión no me interesa”. Y era un chiquilín. En la embajada alemana, máquinas estupendas que iban a revolucionar mucho el canal. Hasta autos me daban los alemanes.

¿Cuáles eran las dificultades mayores que enfrentaba el canal oficial?

—No podía conseguir a nadie que me vendiera cine. Todas las películas estaban contratadas con los canales y tenían la orden de no darme nada porque era la guerra. Yo entonces fui a Buenos Aires. El presidente argentino era Alfonsín. Lo llamé desde acá y le conté lo que iba a buscar. Y me contestó que fuese tal día que me iba a estar esperando el director de un canal. Viajo a Buenos Aires con él y el tipo ése me dio mil películas para que yo pudiera entrar pisando fuerte.

¿Qué pasó con Adela Reta?

—En esa situación es que me llama la ministra Reta para decirme que no hiciera el noticiero. La escucho, no le respondo nada, pero escribo una carta de renuncia y la pongo en el correo en Las Toscas. Todas las radios empiezan a decir que yo renuncié porque dejé de ir al canal. Ella respondía que no, que no era así. La carta tardó en llegar como una semana. A la semana recibió la carta, me llamó y me dijo: “Pero qué me hacés, renunciás y no me decís nada. Me hacés quedar como una mentirosa. ¿Por qué me hiciste eso?”. Le digo: “Sabés por qué, porque yo sé, porque me lo dijo Manolo Flores, que De Feo presionó para que yo no hiciera el informativo, y vos sabés que el informativo es la razón por la que se consigue publicidad”. Me dijo la gorda: “Esto es totalmente imposible, venite para acá y vamos a hablar con Sanguinetti”. Vamos a ver a Sanguinetti que me hace el gran discurso… Le respondí: “No me digas eso, estás sentado en el sillón donde estuvo sentado el viejo Batlle, decime la verdad. Te vino a ver De Feo y me sacás el informativo para que no tenga éxito el canal, para que no sea competencia. A mí no me podés pedir que yo vaya a este canal para que siga en la muerte”. Me responde: “El que dice lo que quiere, oye lo que no quiere. Sabés por qué no puedo tener problema con los canales, porque me voltean en una semana”.

Sin saber de esa respuesta, que me impresiona, justo le iba a preguntar ¿por qué esa debilidad de la clase política ante los medios de comunicación?

—Es un poder fabuloso. Te vuelven loco y te convierten en un canalla en un ratito.

Pero, ¿en Uruguay es así?

—No importa, es opinable; yo te digo lo que pasó. El presidente se sincera y me dice: “Estamos agarrados de nada, porque la dictadura no fue derrotada; se fue porque quiso sacarse de encima la responsabilidad del poder. Esa es la verdad. Cuando no pudieron con la economía la largaron porque dijeron esto va mal así, no tenemos ganas de arreglarlo”. Muy bien, pasan dos días, me llama Wilson Ferreira Aldunate, a quien yo no conocía. Me cita en un despacho del Palacio Lapido, 18 y Río Branco. Yo dije: “Este me va a hacer una trastada, yo me voy a llevar un testigo, y me llevo a Ruben Castillo. Al llegar veo que él también se había llevado su capanga: Martín Posadas. Empezamos a hablar hasta que Wilson me dice: “En verdad yo lo cité para decirle que en sus problemas con Sanguine-tti, el que tiene la razón es el presidente”. Y Posadas interviene: “Wilson, lo llamás para decirle que lo que hizo era muy bueno o lo llamás para quebrarlo”. “No”, dice Wilson, “lo llamo porque lo estimo y tengo la obligación de hacerle saber la verdad. El presidente de la República está colgado de un dedo agarrado de un edificio de diez pisos. Lo soplan y lo sacan el día que quieren”. Fue unos días antes de lo que dijo de la gobernabilidad en la Intendencia Municipal de Montevideo. Discurso con el que se pasa a los colorados después de que éstos lo habían puesto fuera de carrera, porque vio que no se podía. Yo me callé la boca, no dije nunca más nada.

¿No le parece que en estos países la clase política es servicial a los medios?

—No tengo dudas. Los medios son todopoderosos en la opinión.

No son más poderosos que lo que les permite el Estado, que es dueño de las ondas y puede poner condiciones.

—Son. Hacen lo que quieren, y más todos juntos. Y entonces era una transición peliaguda. No te puedo decir otra cosa que lo que te conté, lo que me dice Sanguinetti y lo que me dice el otro, que es su adversario. Me llama para explicarme que estuvo bien.

¿Le habrá pedido Sanguinetti que te llamase?

—Sí, yo no conocía a Wilson Ferreira. Ruben Castillo me dijo: “Esto no queda así. Yo voy a llamar a Seregni”. Llamó a Seregni y le contó todo. Seregni dijo que había visto que lo que yo estaba haciendo estaba muy bien y que él iba a tratar de arreglar las cosas en la medida de sus posibilidades. Así es que se reúne la comisión del Senado que tenía que ver qué pasaba en el Sodre, pero de ahí no sale absolutamente nada. Pudo interpelarse al ministro, pero ahí terminó todo. Me fui tranquilo para mi casa.

Alfonsina y el mar

En SUIZA , país de origen de la poeta Alfonsina Storni y en la mítica sala » Victoria Hall» de Ginebra, la soprano argentina Mariana Flores y el guitarrista argentino Quito Gato, interpretan «Alfonsina y El Mar» , de Ariel Ramírez (1921-2010) & Felix Luna

Genève le 13 décembre 2015.
Ariel Ramirez est l’auteur de la célèbre Misa Criolla
Alfonsina y el Mar (Alfonsina et la mer) est un hommage à la poétesse argentine Alfonsina Storni qui mit fin à ses jours en s’offrant doucement à la mer…

«Tu t’en vas Alfonsina avec ta solitude
Quelle poésie nouvelle espères-tu trouver»

Por la blanda arena que lame al mar
Su pequeña huella no vuelve más
para recostarte arrullada en el canto
de las caracolas marinas
la canción que canta en el fondo oscuro del mar
la caracola

Cinco sirenitas te llevarán
por caminos de algas y de coral
y fosforescentes caballos marinos harán
una ronda a tu lado.
Y los habitantes del agua van a nadar
pronto a tu lado.

Te vas Alfonsina con tu soledad
¿Que poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de mar
Te requiebra el alma y la está llevando
Y te vas
Hacia allá como en sueños
Dormida Alfonsina
Vestida de mar

Bájame la lámpara un poco más
déjame que duerma, nodriza en paz
y si llama él no le digas que estoy,
dile que Alfonsina no vuelve.
y si llama él no le digas nunca que estoy,
di que me he ido.

The whole concert : http://concert.arte.tv/fr/carmina-lat…

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Edificio del Ateneo

Patrimonio histórico

El hecho de que en la construcción del Ateneo intervinieran sucesivamente varios arquitectos e ingenieros –José M. Claret y Julián Masquelez en el proyecto original, el ingeniero Juan A. Gardone en las columnatas, el arquitecto Menguele en la planta alta y cúpula y el arquitecto Emilio Boix en las fachadas, determinó la integración de distintas influencias y recursos estilísticos, aunque la obra exhibe una imagen notablemente unitaria.

ateneo

El orden colosal de pilastras dóricas en los ángulos y columnas corintias en el centro se integra con la presencia de elementos renacentistas italianos y otros de origen francés, todo lo que encuadra a la obra dentro de una línea ecléctico-historicista.

El edificio, imponente y macizo, impresiona por la tranquilidad de sus líneas. Si bien está ubicado en un nivel inferior, por el declive natural que se prolonga en la calle Rondeau, esta obra, proyectada en 1897 y finalizada en 1900, crea un orden monumental en la escuadra noreste, adecuado al amplio espacio de la plaza de Cagancha.

En los salones del Ateneo desarrollaron su pensamiento las generaciones liberales del 900.

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