PRESENTACIÓN
Ars poética: siempre el mar
Recuerdo perfectamente la primera vez que vi el mar. Quiero decir, no sabía que esa masa plana que se extendía hasta el horizonte y que se movía como un animal inmenso, en cuyo lomo pastaban las ovejitas de las olas, era el famoso mar. Poco después descubrí sus adyacencias: los animales marinos reales e imaginarios: peces, caracoles, endriagos, marineros y bañistas.
Más tarde descubrí que la poesía era otro mar, aún más profundo.
Me acerqué a la poesía leyendo a los autores del Siglo de Oro (o de los siglos de oro, puesto que puede decirse que fueron varios). Luego descubrí una poesía de comunicación inmediata, sin efectismos, en la obra del uruguayo Líber Falco.
En la adolescencia estuvo siempre Lautreamont (L’autre a` Montevideo, el otro en Montevideo). Isidore Ducasse fue un abuelo literario, una sombra tutelar y un desafío: ¿qué era aquello? ¿poesía? ¿así que era posible hacer poesía de ese modo? Lautreamont fue liberador, pero fue también un enorme compromiso, con la irracionalidad humana pero a la vez con la lucidez y racionalidad para convertirla en producto estético, para “sublimarla”.
Vallejo es otra referencia ineludible. Cuando ya parecía que no se podía mucho más, Vallejo demostró que el más allá es móvil, que puede trazarse de nuevo siempre.
Ese horizonte, móvil como todo horizonte, es la única preceptiva posible.
Rafael Courtoisie
De Levedad de las piedras (Antología de poesía en prosa)
Selección de Mario Meléndez
CRIATURAS DE U
En el Jardín de los Cerezos crecen cráneos de lo alto de los árboles, manzanas tremebundas: de la blanda vulva de la fruta sólo queda el olvido. Los niños se trepan y desde la fronda tiran inútiles esferas de granito. Las madres hacen dulce, un compacto dulce de arena que junto con su almíbar polvoriento, harto de sequedad, va a parar a los acantilados, donde las ballenas muerden y se rompen los dientes.
MUJERES
Algunas mujeres se consuelan con dedos que arrancan de las estatuas.
Un lago tibio les crece entre las piernas y en el fondo del lago colean pececillos y se escurre en lo profundo su rojez partida en dos. El pulpo, como una estrella blanda sumergida, recibe al anular y provoca una estampida de puntas de peces y arenas del temblor que desmoronan.
Las mujeres acaban exhaustas y en los lúbricos dedos de mármol, brillantes de humedad del lago, se entibian y boquean, hasta morir, algunos pececillos adheridos.
LOS TRADUCTORES EN UMBRÍA
Cualquiera que en Umbría traduzca un texto de otra lengua transforma el lenguaje. El producto de traducción, lo traducido, introduce una distorsión en la realidad de Umbría que la modifica en forma irreversible. Por esta razón los traductores guardan el secreto de su oficio y son celosamente custodiados. Quienes espontáneamente traducen a lengua de Umbría cualquier texto sin autorización, son ejecutados. La expresión «traición a la patria» y la expresión«traducción a la lengua de la patria» no guardan diferencia en la lengua de Umbría. Cualquier traducción, cualquier vertido de un vocablo extraño, se considera una traición porque altera el Orden de Umbría, que es su universo.
EL RESPLANDOR
La muerte de O provoca un río en la muerte, una cavidad de luz. La gente tapa las bocas de los pozos, y cubre los aljibes, mira hacia arriba para no encandilarse. Pero de noche nadie puede dormir, porque por las junturas de las tablas del piso, y aun de entre las caries de los mármoles de los palacios, sale jugosa luz de O que nadie ignora. En algún sitio de una inmensa pradera negra, relinchan osamentas de caballo, y fosforecen furiosas las hormigas.
Rielan los huesos de O toda la noche.
EL POZO ENVENENADO
Entre las mujeres que vuelven a Umbría hay una que tiene los pechos llenos de un agua de negrura. Su ferocidad se escancia, su voz está llena de humo. El que la conoció antes de volver se atora con su sueño, muere de sed cada noche sobre su piedra de agua, sobre su piedra luminosa, sobre su piedra de bestias desamparadas que van a beber allí, al pie de su murmullo.
El lugar de las mujeres que vuelven está lleno de mujeres que no están.
El lugar de las mujeres que vuelven tiene una sola calle en cuyo extremo hay una fuente llena de sed entre las piernas de la mujer que no está.
Mientras ella, recostada, lánguida, no se ha movido de su sitio y contempla lo que ocurre, sin haber vuelto, sin haber dejado de irse.
Sin mirar.
CRIATURAS DE U
La palabra «rana» salta sobre su sombra: la piel lisa, las extremidades exageradas, el vientre blando y un hilo líquido, largo como un tallo de pensamientos.
Después, húmeda de saliva, la rana crece en las bocas que la nombran.
Un muerto sin sexo deriva en las arterias, en los ríos interiores que el batracio agita en cada salto, en la electricidad que mueve la pierna de la rana aún no cortada y después de cortada, en el reflejo.
El salto derrama verdura de las eras.
Ese lomo humoroso, en el arco del salto, enfrentado al sol, es solamente una profundidad.
Al cesar el salto, al tocar el suelo, el cuerpo de la rana recupera su centro fijo. La sustancia, al verterse, se ajusta con su molde. Cuando la rana está en el aire, es solamente una idea suspensa sobre el charco. Una figura en el vapor de la inminencia.
En el instante de tocar tierra, el fondo vuelve a hartarse de la forma: una lluvia vespertina se endurece y la rana coincide exactamente con su cuerpo.
Por fin en la orilla del charco, Hoja de Carne.
LOS TRADUCTORES EN UMBRÍA II
En Umbría no existe la palabra «hueso». Todos los seres de Umbría son amorfos y gelatinosos. En las selvas de Umbría, como inmensas amebas terrestres que aterrorizan a los seres con su grito blando, se dispersan fofos elefantes que apenas pueden arrastrarse. Son enormes moluscos de carne que se pudren en el bosque, sin colmillos de marfil, sin pena.
Las antenas de caracol de la mole de carne huelen el horizonte.
Las peleas entre dos machos por una hembra son un intercambio anodino de quejidos. Existen seres cubiertos de queratina, con esqueleto externo, como los insectos; y las víboras, que cambian de piel en cada temporada; y los peces, que regalan escamas a la profundidad.
Un traductor introduce la palabra «hueso» en el idioma y todo comienza a cambiar en Umbría: los elefantes se yerguen en la selva, las blandas antenas de caracol tornan en poderosos incisivos, los animales demuelen los árboles y mascan la hierba. El molusco altera su idea córnea, apenas encallecida, hasta un profundo cráneo intrincado, pequeño en proporción, donde conserva una memoria inaudita de todas las cosas. Por ella recuerda, incluso, el momento en que no existía la palabra «hueso» y el mundo era mayormente flojo.
Por eso, los elefantes de Umbría buscan lugares tranquilos para morir, lejos de los caminos, en los sitios en que pueden echarse a agonizar con alegría, para volver a la tierra y expandirse sin límite ni forma, como si recuperaran su estado primitivo y volvieran a ser una gota de agua gris, un agua monumental de piel muy gruesa.
CRUELES
Los Crueles de Umbría forman racimos sombríos, desgranados en las calles, racimos cuyas cabezas de uva negra, aun intactos, pudren su interior y fermentan un vino inconveniente, una bebida turbia que embriaga sin volcarse, que no se derrama sino en acciones zafias.
Niños torcidos de ocho y diez años colocan un clavo herrumbrado en la punta de un palo y con él hostigan a los perros callejeros. Niños torcidos y adultos de alma menor, cuyo goce siniestro consiste en demorarse con el mal, castigan a caballos que tiran de carros de plomo, degüellan a los gatos que les recuerdan antiguas mujeres que conocieron en vidas anteriores, y siembran vidrio picado en la arena de los parques.
CRUELES
Una mujer deja cebos envenenados en los árboles inmediatos a su casa, para que los gatos que de noche la despiertan con sus maullidos de amor y las gatas servidas no la mortifiquen con sus gritos de goce gatuno y le recuerden, de madrugada, su propia falta de placer.
Minuciosa, vierte leche con estricnina en pequeños platos, deja bolitas de avena con oxalato de calcio, albóndigas con un carozo negro dentro, con un carozo donde está la muerte pura y pequeña, llena de frío absoluto. Los gatos comen y beben, y al otro día los cadáveres aparecen en los jardines. Son cadáveres aéreos, voladores, puesto que muchos de ellos murieron en el momento del salto, o en el salto mucho mayor del apareamiento, de la cópula. Muchos, atontados por el trago de veneno, se levantan de su primera muerte e inician la cuenta regresiva: la muerte les acarició los lomos, pero las otras vidas se les despiertan dentro dejándoles otra posibilidad de vagabundeo, de maullido y amor que contrariará la Perfidia de Umbría.
CRIATURAS DE U
Algunos murciélagos se encuentran encaramados en el interior de las torres, prendidos a las grietas de los techos en racimos, durante el día.
Trocitos de carne oscura, ángeles diurnos, copos de nieve tibia.
U estira la mano y desprende esas frutas oscuras, palpitantes en su capullo membranoso, acaricia el terciopelo negro que las cubre, delgado y soberbio como una piel de durazno, pero algo más duro y húmedo, como el recubrimiento de un cuerpo interior en suspensión, como un órgano sin cuerpo.
U siente el ronquido y la respiración tranquila que alcanza todo animal no vidente durante el día, U cosecha esas frutas casi humanas, vivientes, que se parecen al deseo no cumplido.
Y U las muerde, como a una manzana negra.
LOS COMEDORES DE PIEDRA
La poesía es un agua de hablar estando solo, un agua perfectamente callada en Umbría, un agua que ilumina los tesoros escondidos en el interior de pequeños pedruscos atravesados por gusanos amarillos.
Estas orugas comen polvo de piedra y de esa dureza, de esa perpetuidad agujereada, edifican su ciudad amarga, sus calles en pendiente, su odisea sin pasos, reptante entre una hierba petrificada que crece más alta que el miedo y más grande que el día.
A pesar de su extraordinaria consistencia, hecha de nudos y motas de polvo unidas por saliva del acto masticatorio, litófago, la poesía lleva en su centro un punto inevitable de blandura. Así anima la prole al estropicio, a la masticación de gotas macizas de silencio.
La saliva que secretan esas larvas es tan poderosa que puede disolver el mármol y partir las extremas espinas de luz que nimban en el pórfido.
La poesía barreno de diamante, boca de gusano mordedor, acaba por minar la raíz de la dureza, su carozo parco ensimismado.
Y así, siendo invisible y pequeña, aun siendo agua de la boca de un gusano, la poesía termina por devorar la manzana de Umbría, su corazón de pulpa de basalto.
Al fin, jugosa, trepida y se come la piedra.
Rafael Courtoisie (Montevideo, Uruguay, 1958). Poeta, narrador y ensayista. Miembro de número de la Academia Nacional de Letras. Acaba de aparecer, en España, su libro El lugar de los deseos (Valencia, editorial pre-textos) y la segunda edición (en Uruguay, 1ª edición en España) de Partes de todo(ensayo-poesía). Ha dictado seminarios y conferencias en numerosas universidades e instituciones de España, Inglaterra, Francia, Italia, Israel, Grecia, Turquía, Bosnia, Canadá, Estados Unidos y América Latina. Ha recibido, entre otros, el Premio Fundación Loewe de Poesía (España, Editorial Visor, jurado presidido por Octavio Paz), el Premio Plural (México, jurado presidido por Juan Gelman), el Premio de Poesía del Ministerio de Cultura del Uruguay, el Premio Nacional de Narrativa, el Premio de la Crítica de Narrativa, el Premio Internacional Jaime Sabines (México), el Premio Blas de Otero (España), el Premio Internacional de Poesía José Lezama Lima (Cuba) por su libro Tiranos temblad y el Premio Casa de América (España) por su obra Parranda.
Rafael Courtoisie
Bella poesía. Extraña, sugerente, magnética. Me recuerda a Marosa Di Giorgio, también uruguaya.