Becho es el aire

Carlos Julio «Becho» Eizmendi

Por Lorenzo Olivera

Cuando estuve trabajando en Lascano, el hombre ya no estaba, porque el estaba trillando el mundo, gracias a las malas intenciones que tenían para con él, algunos integrantes del gobierno cívico militar (1973 – 1985).

La gente de su pueblo es la menos rochense de toda Rocha, porque la fiebre del oro blanco, más conocido como arroz, trajo trabajadores y capitales de todos lados de la república.

Carlos Julio Eizmendi Lovisetto, más conocido como ‘Becho’

Era la época en que iba la COLT, un ómnibus que salía de lo que era la Cita e iba levantando pasaje, léase bagayeros, por toda la ruta 8, 13, 15, 19 y seguía hasta el Chuy. Salía de Montevideo a las 11:30 p.m. y llegaba a Lascano a las 5 a. m. Si no rompía. Si rompía había que esperar. La Onda llegaba como a las 10 a.m.

La Onda, para llegar a la plaza, daba una vuelta por los alrededores del pueblo y había un loco, de esos que hay muchos en los pueblos cercanos a la frontera, creo yo, que son producto de la caña branca Velho Barreiro y alguna otra, que resulta más barato comprar esas cañas para prender el primus que comprar alcohol azul.

Desesperado por tener noticias de la capital me tiraba hasta el quiosco y Aurelia me decía, todavía no llegó el diario que viene en la Onda y el loco Macario no gritó.
Efectivamente era así, cuando aparecía la Onda el loco empezaba a los gritos y a los saltos. Detalles como esos había varios en Lascano y algunos se remontan a la época de Becho.

En el interior la II Guerra Mundial se vivía muy intensamente. Si lo pensamos bien Lascano sería de los últimos lugares del mundo en que los alemanes se preocuparían en tomar, pero el tema no estaba ahí, sino en el racionamiento de los combustibles y un montón de limitaciones que se le hacía a los habitantes de esta pacífica tierra.
En aquella época en que Becho paseaba el violín con el estuche atado con piolines, cuando llegaba la Onda había otro loco que iba transmitiendo los conocidos que iban llegando al pueblo.

El mostrador del boliche, restaurante, confitería, agencia de informes de todo tipo, marca y señal, estaba lleno de colleras de grappas y cañas, grappas y cañas cortadas y alguna bagaceira entreverada y por qué no, algún Mansión House también.
Y el loco anunciador dijo “Cayó Berlín” y en el boliche se las tomaban sin respirar casi y sírvale y póngale y faltaba más esta vuelta es mía, hasta que nunca falta un aclarador, para desgracia del bolichero, el que había caído al pueblo, era Berlín, sí, pero Berlín Graña.

No sé como estará el pueblo ahora, pero no creo que el Chueco Barrios lo haya cambiado mucho. El Fogón seguirá siendo el Fogón, centro cultural espirituoso y masticatorio y el Hotel de enfrente con aquel mirlo que chiflaba tan lindo y por favor no preguntar por la cantidad de estrellas del hotel. El Palito seguirá siendo el Palito, si no le cambiaron el nombre.

El Banco de la República seguirá con los mostradores altos donde el gallego Bangueses sentaba al enano Santanita y Santanita si se tiraba lo más probable que se matara, pero lo que lo preocupaba más eran las torretas de los milicos con armas largas que cuidaban cualquier afane y el enano le decía “Gallego bajame que el milico me está mirando”.

Cuando estaban los bagayeros intercambiando los máximos y mínimos de los matutes, dos de Mansión House, dos de Garotos dos Serenata de Amor, por unos cubiertos tramontina y alguna otra cosa que estuviera racionada en la aduana, y el Gallego lo llevaba a Santanita al Palito que era el lugar del intercambio y lo sentaba en la falda y a modo de ventrílocuo lo hacía hablar con esa voz inconfundible de los enanos y eran Mr. Chapman y Chirolita, hasta que el dueño del boliche se calentaba y terminaba echando al enano porque no tenía dinero para gastar y el otro sí.

Ya por el 72 el Becho no ataba la caja del violín con piolines porque después de 18 años en el Sodre andaba tocando por la Habana, Hamburgo, París y Munich.
Claro que no fue el único que se tuvo que ir con la música a otra parte, otro amigo actualmente fallecido, Walter Pinto Bastarrica, el que tocó la diana de Otorgués en el primer gran acto del Frente Amplio en 1971, en la Avenida Agraciada, tuvo con su trompeta que dejar de ser concertista del Sodre y salir a recorrer el mundo dando clases de trompeta en Caracas, isla Margarita, Maracaibo, iba y venía en avión de un lado para el otro, pero las distancias a pié las tenía calculadas, las veredas de la sombra y para tres cuadras, dos escalas para tomar jugo de naranja, para evitar la brutal deshidratación. Volvió una sola vez de visita y está enterrado en Venezuela, todo por su ideal y un solo de trompeta.

Becho, Carlos Julio Eizmendi, cuya madre maestra, profesora, fundadoras y directora del Liceo de Lascano, batllista y votante del Partido Colorado fue defenestrada por la dictadura.

Su pecado, persona peligrosa por tener un hijo bohemio, pensador independiente, hombre de la noche montevideana en sus años mozos y siempre con su violín a cuestas que iba del Bar Libertad en la rinconada de la Onda, al Sorocabana de la Plaza Cagancha y tocaba de a ratos en Teluria, a la vuelta en 18 y Cuareim.

Creo que si los cafecitos hicieran revoluciones el Sorocabana de la Plaza Libertad debe de haber movido millones de piezas de ajedrez. Paraban muchos intelectuales y también seudointelectuales y la mayoría pelados por unanimidad, pero los que se despiertan con el sonar de una diana y se duermen con el sonar de otra están muy lejos de los valores subversivos que tiene la cafeína y piensan como Calígula, si cuatro personas se unen, ya sea para apagar un incendio, son peligrosas.

El violín de Becho tenía nombre propio Herlinda Lovisetto Agresta, su madre, que también fue su maestra fue un lucero que lo guiaba fuera de la mediocridad del medio.
La consagración de la inquietud està demostrada al mandarlo a estudiar música a los 8 años en Lascano con un profesor de la Banda de Música local, donde empezó a tocar el saxofón, nada que ver con el violín, un instrumento de viento con uno de cuerda, pero si demuestra el acierto en la intención y una facilidad para la música, no común. El sacrificio económico y humano bien pagaron la pena.

Ir a estudiar violín a Treinta y Tres no es changa. Viajecito pesadón Lascano, Averías, José Pedro Varela (Corrales) y Treinta y Tres y vuelta para atrás, combinando los horarios de los ómnibuses. Si el Cebollatí estaba manso era un viaje pesado, pero si estaba hinchado la Onda pasaba justo o no pasaba.
He visto meter la pata a los choferes de la Onda y cruzar el río desbordado y no sacar las valijas y encomiendas de la bodega y al llegar y abrir, faltaba que salieran las tarariras, todo enchumbado.

Se aquerenció con el Fun Fun viejo
Pensar que en aquellos momentos que trillábamos los mismos lugares nos debemos de haber cruzado un montón de veces o ninguna, pero al Becho lo hizo conocido por todos nosotros la Milonga de Alfredo Zitarrosa.

En junio de 2005 se le dio su nombre por ley a la escuela No. 93 de Lascano.
Carlos Julio Eizmendi Lovisetto nació en Lascano el 7 de febrero de 1932 y murió el 21 de mayo de 1985 y fue conocido como Becho Eizmendi y como cierre las últimas estrofas de la Milonga de Alfredo Zitarrosa “El violín de Becho”.

“vida y muerte, violín, padre y
madre;
canta el violín y Becho es el
aire;
ya no puede tocar la
orquesta,
porque amar y cantar eso
cuesta.”

El violín de Becho inmortalizado por Alfredo Zitarrosa

Un comentario en “Becho es el aire

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